POESÍA DE MAHMUD DARWISH
A Mi Madre
Añoro el pan de mi madre,
El café de mi madre,
Las caricias de mi madre,
Día a día,
La infancia crece en mí
Y deseo vivir porque
Si muero, sentiré
Vergüenza de las lágrimas de mi madre,
Si algún día regreso, tórname en
Adorno de tus pestañas,
Cubre mis huesos con hierba
Purificada con el agua bendita de tus tobillos
Y átame con un mechón de tu cabello
O con un hilo del borde de tu vestido…
Tal vez me convierta en un dios,
Sí, en un dios,
Si logro tocar el fondo de tu corazón
Si regreso. Tórname en
Leña de tu fuego encendido
O en cuerda de tender en la azotea de tu casa
Porque no puedo sostenerme
Sin tu oración cotidiana.
He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia
Para que pueda emprender
Con los pájaros pequeños
El camino de regreso
Al nido donde tú aguardas
Para Nuestra Patria
Para nuestra patria
Próxima a la palabra divina,
Un techo de nubes.
Para nuestra patria,
Lejana de las cualidades del nombre,
Un mapa de ausencia.
Para nuestra patria,
Pequeña cual grano de sésamo,
Un horizonte celeste… y un abismo oculto.
Para nuestra patria,
Pobre cual ala de perdiz,
Libros sagrados… y una herida en la identidad.
Para nuestra patria,
Con colinas cercadas y desgarradas,
Las emboscadas del nuevo pasado.
Para nuestra patria cautiva,
La libertad de morir consumida de amor.
Piedra preciosa en su noche sangrienta,
Nuestra patria resplandece a lo lejos
E ilumina su entorno…
Pero nosotros en ella
Nos ahogamos sin cesar.
Estado de Sitio (Fragmento)
Aquí, en la falda de las colinas, ante el ocaso
y las fauces del tiempo,
junto a huertos de sombras arrancadas,
hacemos lo que hacen los prisioneros,
lo que hacen los desempleados:
alimentamos la esperanza.
Un país preparado para el alba.
Nuestra obsesión por la victoria
nos ha entontecido:
no hay noche en nuestra noche que con la artillería refulge;
el enemigo vela,
el enemigo nos alumbra
en el sótano oscuro.
Aquí, tras los versos de Job, a nadie esperamos.
Aquí no hay yo,
aquí Adán recuerda su arcilla...
Este sitio durará hasta que enseñemos al enemigo
algún poema de la yahiliya.
El cielo es gris plomizo a media mañana,
anaranjado por las noches. Los corazones
son neutros, como las rosas en el seto.
Bajo sitio, la vida se torna tiempo:
memoria del principio,
olvido del final.
La vida.
La vida plena,
la vida a medias,
acoge una estrella cercana
atemporal,
y una nube emigrada
aespacial.
Y la vida aquí
se pregunta:
¿Cómo resucitar a la vida?
Él dice al borde de la muerte:
No me queda un rincón que perder,
libre soy a un palmo de mi libertad,
el mañana al alcance de mi mano...
Pronto, me adentraré en mi vida,
naceré libre, sin padres,
y tomaré por nombre letras de lapislázuli...
Aquí, en los altos del humo, en la escalera de casa,
no hay tiempo para el tiempo,
hacemos lo que hace quien se eleva hacia Dios:
olvidamos el dolor.
El dolor:
que la señora de la casa no tienda la colada
por la mañana, que se conforme con lavar esta bandera.
Nada de ecos homéricos aquí.
Los mitos llaman a la puerta cuando los necesitamos.
Nada de ecos homéricos...
Aquí un general excava un Estado dormido
bajo las ruinas de una Troya inminente.
Los soldados calculan la distancia entre el ser
y la nada
con la mirilla del tanque.
Calculamos la distancia entre el propio cuerpo
y las bombas... con un sexto sentido.
Vosotros, los apostados en el umbral, pasad,
tomaos con nosotros un café árabe
—acaso os sintáis seres humanos como nosotros—.
Vosotros, los apostados en el umbral de las casas,
largaos de nuestras mañanas,
necesitamos creernos
seres humanos como vosotros.
[...]
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