LA TRIFACIALIDAD EN EL ARTE OCCIDENTAL: JANO
Enero, mes de treinta y un días, se nombró por y para el dios Jano. Enero fue el undécimo mes del año en el calendario romano antiguo, aunque en el segundo siglo se volvió al primer mes del año antes de C. Por ello las palabras de Varrón: “De los que se añadieron (...), el primero se nombró Ianuarius, ‘enero’, por el dios que va a la cabeza de las cosas”. Se trata de la consideración que había sobre Jano como dios de las puertas, de las entradas, de los umbrales y principios, por mirar en dos direcciones opuestas, al interior y al exterior, al pasado y al futuro, al año viejo y al año nuevo, al orden viejo y al orden nuevo. Varrón recalca que en un primer momento Jano da lugar al nombre del primer mes de los añadidos, no al primero del año, que era marzo.
Se sabe que en el mundo romano las Kalendae Ianuariae eran una de las mayores fiestas populares, que luego se mantendrían bajo distintas formas en la Edad Media. El ciclo de fiestas romanas comenzaba el nueve de enero con el “agonium”, que a su vez abría el año nuevo bajo el signo de Jano, estando colocadas ritualmente después de las Saturnalia, o sea, el ciclo de fiestas dedicadas a Saturno, el dios que, expulsado por Júpiter, Jano acoge en el Lazio. Colocadas poco antes del solsticio invernal, las Saturnalia eran un típico ritual de fin de año que tendía a clausurar al ciclo litúrgico transcurrido a través de una reactualización ritual del “illud tempos” primordial, y por ello mismo regenerar el tiempo nuevo. Enseguida y hasta el ocho de enero, existía una especie de “vacación solsticial” (similar en el significado ritual a la cristiana de doce días de Navidad a Epifanía) para recomenzar después el nuevo ciclo anual en el mes de Jano, el “Ianuarius”, con la fiesta del dios, el “agonium”.
Igual ocurría en la Edad Media bajo el manto de la religiosidad popular. El día de año nuevo implicaba ceremonias especiales en honor de Jano, dios epónimo de la fiesta misma. “Por eso, para los cristianos, participar en las calendas de enero no significaba sólo una ocasión de abandonarse a los excesos y a las inmoralidades características de aquellos días, sino también persistir en el antiguo paganismo conservando sus prácticas idolátricas. Esto era tanto más escandaloso e indecente porque tales calendas venían a coincidir con los días comprendidos entre la Navidad y la Epifanía del Señor, cuando los cristianos eran llamados a la iglesia para celebrar los misterios de la Redención.”
Plinio recuerda un “Jano Pater, que fue traído desde Egipto y consagrado por Augusto en su templo, y que en este momento se ve cubierto de oro”. No obstante, esta imagen no era de Jano, dios itálico; antes bien, se debió de identificar con Jano alguna figura egipcia dotada de dos efigies contrapuestas, unidas por la espalda, lo que correspondía a la representación habitual de este dios, cuyo templo fue construido por C. Duilio en el 260 a. de C. y restaurado por Tiberio en el 17 d. de C.
El nombre de Jano, “Janus”, presenta dos relaciones evidentes con los términos latinos “ianus”, paso, e “ianua”, puerta. “Nadie abriere o cerrare alguna puerta/ sin honrar la memoria del Bifronte”; así hizo Borges hablar a un busto de Jano en el soneto que termina “y las caras, que no se verán nunca”. El carácter alegórico de ésta imagen pertenece a la Antigüedad clásica, siendo conservado en la Edad Media con los atributos establecidos en la iconografía romana. Por ello, representaciones como las del bifronte en el arte medieval han recibido el epíteto de “contaminaciones iconográficas” por su marcado carácter greco-romano. Sin embargo, palabras como las de San Isidoro, la Primera Crónica General de Alfonso X, el Libro de Alexandre, el Libro de Buen Amor, el Breviari d’Amor, dan cuenta del uso típico de la imagen y por ende de sus tenaces interpretaciones.
Las sucesivas reinterpretaciones de Jano hicieron que se olvidaran tanto su nombre como su origen, siendo su figura circunscrita a un mes determinado del año. El Breviari d’Amor apunta: “sabed que se pinta enero con dos caras; y esto se hace porque al salir y entrar el año mira hacia dos partes, es decir hacia la estación del otoño y hacia la estación del invierno; y por esto se le representa con dos caras”. Jano, pues, preside el inicio del año mientras sus cuatro ojos se reparten dos puertas. A pesar de la obvia relación, Jano tendrá en los candelarios de la Edad Media nuevas representaciones que llegarán a agruparse en cuatro tipos iconográficos: Janus inter portas, Janus claviger, Jano a la mesa, Jano calentándose al fuego. Las dos primeras variantes son de tradición clásica, las restantes son representaciones del tema en la Edad Media.
El Janus inter portas es la figura de Jano más próxima al origen romano ya que conserva su condición de “ianator” o portero. Es de entender. Ovidio afirmaba que la labor de Jano era la de portero en el Olimpo. En Roma, las puertas de su templo permanecían cerradas únicamente en tiempos de paz, hecho que aconteció sólo dos veces: después de la primera guerra Púnica y después de la batalla de Azio. En el acto de abrir y cerrar dichas puertas entraban en función determinadas ceremonias. Se justifica con ello la permanencia de estructuras arquitectónicas en una que otra representación de Jano. En la secuencia de la Colegiata de San Isidoro de León y, mejor aún, en la Abadía de Saint Denis de Paris, Jano aparece con la dualidad joven-viejo. Mientras que una cabeza, en Saint Denis, muestra la tersura lampiña de la juventud, la otra se deja ver con larga barba. En Saint Denis es el joven el que avanza. En San Isidoro de León las puertas establecen la acción: una está cerrada y la otra, abierta.
En clara alusión a su labor de portero el Janus claviger exhibe una o dos llaves. Una clave del claustro de la catedral de Pamplona muestra a Jano como portero del año. Las dos enormes llaves cumplen la misma función que las puertas, motivo por el que éstas se obvian.
En el Libro de Horas del duque de Bedford, siglo XV, aparece un Jano trifronte sentado a la mesa, comiendo y bebiendo con sus rostros laterales. Respecto a la arquitectura, las dos ventanas sustituyen las llaves y las puertas, aunque el texto que acompaña la ilustración reza: “Como enero lleva la llave del año y abre la puerta del año en cuatro tiempos: a saber, primavera, verano, otoño e invierno del que él es el comienzo”. Ciertamente la iconografía textual no se relaciona con la pictórica, aún cuando la escena se basa en el banquete invernal, que los calendarios medievales localizan en diciembre o en enero.
La trifacialidad de Jano, imagen alegórica del fin de un año y comienzo de otro, imagen del mes de enero, puede considerarse como representación de los tres estadios del tiempo, como apuntaba Séneca: “En tres épocas se divide la vida: la que fue, la que es y la que será; de estas tres, la que vivimos es la breve; la venidera es dudosa; la que hemos vivido es cierta e irrevocable”; aunque para algunos el rostro frontal debe considerarse más como un agregado exigido por la simetría. Inclusive ciertas representaciones de Saturno como encarnación del tiempo que devora todo lo que crea (es decir, aquellas en las que se alude a las versiones “moralizadas” que a finales de la Edad media se hicieron de los versos de Ovidio “tempus edax rerum”, “el tiempo todo lo devora”, las cuales sostenían una encarnación del tiempo en el dios que devoraba a sus hijos a medida que nacían para evitar que pudieran sustituirle en el trono), asocian a ambos dioses, a Jano y a Saturno. Jano resulta en estos casos un refuerzo para la alegoría. Sin embargo, es de acotar que tal relación vino a ocurrir a partir del siglo XIV, cuando a las ilustraciones del Ovidio moralizado y derivados se les añadieron figuras suplementarias cuyo fin no era otro que subrayar el carácter ineluctable del tiempo. En un boceto de Poussin para la “Danza al son de la música del tiempo”, la figura del Padre-Tiempo toca una lira para que cuatro figuras humanas no exentas de alegoría dancen junto a la cabeza bifronte de Jano. En palabras de Baltasar Gracián, Jano hace énfasis en un Cronos-Saturno o Padre-Tiempo que está “royendo lo presente”.
Se sabe que en el mundo romano las Kalendae Ianuariae eran una de las mayores fiestas populares, que luego se mantendrían bajo distintas formas en la Edad Media. El ciclo de fiestas romanas comenzaba el nueve de enero con el “agonium”, que a su vez abría el año nuevo bajo el signo de Jano, estando colocadas ritualmente después de las Saturnalia, o sea, el ciclo de fiestas dedicadas a Saturno, el dios que, expulsado por Júpiter, Jano acoge en el Lazio. Colocadas poco antes del solsticio invernal, las Saturnalia eran un típico ritual de fin de año que tendía a clausurar al ciclo litúrgico transcurrido a través de una reactualización ritual del “illud tempos” primordial, y por ello mismo regenerar el tiempo nuevo. Enseguida y hasta el ocho de enero, existía una especie de “vacación solsticial” (similar en el significado ritual a la cristiana de doce días de Navidad a Epifanía) para recomenzar después el nuevo ciclo anual en el mes de Jano, el “Ianuarius”, con la fiesta del dios, el “agonium”.
Igual ocurría en la Edad Media bajo el manto de la religiosidad popular. El día de año nuevo implicaba ceremonias especiales en honor de Jano, dios epónimo de la fiesta misma. “Por eso, para los cristianos, participar en las calendas de enero no significaba sólo una ocasión de abandonarse a los excesos y a las inmoralidades características de aquellos días, sino también persistir en el antiguo paganismo conservando sus prácticas idolátricas. Esto era tanto más escandaloso e indecente porque tales calendas venían a coincidir con los días comprendidos entre la Navidad y la Epifanía del Señor, cuando los cristianos eran llamados a la iglesia para celebrar los misterios de la Redención.”
Plinio recuerda un “Jano Pater, que fue traído desde Egipto y consagrado por Augusto en su templo, y que en este momento se ve cubierto de oro”. No obstante, esta imagen no era de Jano, dios itálico; antes bien, se debió de identificar con Jano alguna figura egipcia dotada de dos efigies contrapuestas, unidas por la espalda, lo que correspondía a la representación habitual de este dios, cuyo templo fue construido por C. Duilio en el 260 a. de C. y restaurado por Tiberio en el 17 d. de C.
El nombre de Jano, “Janus”, presenta dos relaciones evidentes con los términos latinos “ianus”, paso, e “ianua”, puerta. “Nadie abriere o cerrare alguna puerta/ sin honrar la memoria del Bifronte”; así hizo Borges hablar a un busto de Jano en el soneto que termina “y las caras, que no se verán nunca”. El carácter alegórico de ésta imagen pertenece a la Antigüedad clásica, siendo conservado en la Edad Media con los atributos establecidos en la iconografía romana. Por ello, representaciones como las del bifronte en el arte medieval han recibido el epíteto de “contaminaciones iconográficas” por su marcado carácter greco-romano. Sin embargo, palabras como las de San Isidoro, la Primera Crónica General de Alfonso X, el Libro de Alexandre, el Libro de Buen Amor, el Breviari d’Amor, dan cuenta del uso típico de la imagen y por ende de sus tenaces interpretaciones.
Las sucesivas reinterpretaciones de Jano hicieron que se olvidaran tanto su nombre como su origen, siendo su figura circunscrita a un mes determinado del año. El Breviari d’Amor apunta: “sabed que se pinta enero con dos caras; y esto se hace porque al salir y entrar el año mira hacia dos partes, es decir hacia la estación del otoño y hacia la estación del invierno; y por esto se le representa con dos caras”. Jano, pues, preside el inicio del año mientras sus cuatro ojos se reparten dos puertas. A pesar de la obvia relación, Jano tendrá en los candelarios de la Edad Media nuevas representaciones que llegarán a agruparse en cuatro tipos iconográficos: Janus inter portas, Janus claviger, Jano a la mesa, Jano calentándose al fuego. Las dos primeras variantes son de tradición clásica, las restantes son representaciones del tema en la Edad Media.
El Janus inter portas es la figura de Jano más próxima al origen romano ya que conserva su condición de “ianator” o portero. Es de entender. Ovidio afirmaba que la labor de Jano era la de portero en el Olimpo. En Roma, las puertas de su templo permanecían cerradas únicamente en tiempos de paz, hecho que aconteció sólo dos veces: después de la primera guerra Púnica y después de la batalla de Azio. En el acto de abrir y cerrar dichas puertas entraban en función determinadas ceremonias. Se justifica con ello la permanencia de estructuras arquitectónicas en una que otra representación de Jano. En la secuencia de la Colegiata de San Isidoro de León y, mejor aún, en la Abadía de Saint Denis de Paris, Jano aparece con la dualidad joven-viejo. Mientras que una cabeza, en Saint Denis, muestra la tersura lampiña de la juventud, la otra se deja ver con larga barba. En Saint Denis es el joven el que avanza. En San Isidoro de León las puertas establecen la acción: una está cerrada y la otra, abierta.
En clara alusión a su labor de portero el Janus claviger exhibe una o dos llaves. Una clave del claustro de la catedral de Pamplona muestra a Jano como portero del año. Las dos enormes llaves cumplen la misma función que las puertas, motivo por el que éstas se obvian.
En el Libro de Horas del duque de Bedford, siglo XV, aparece un Jano trifronte sentado a la mesa, comiendo y bebiendo con sus rostros laterales. Respecto a la arquitectura, las dos ventanas sustituyen las llaves y las puertas, aunque el texto que acompaña la ilustración reza: “Como enero lleva la llave del año y abre la puerta del año en cuatro tiempos: a saber, primavera, verano, otoño e invierno del que él es el comienzo”. Ciertamente la iconografía textual no se relaciona con la pictórica, aún cuando la escena se basa en el banquete invernal, que los calendarios medievales localizan en diciembre o en enero.
La trifacialidad de Jano, imagen alegórica del fin de un año y comienzo de otro, imagen del mes de enero, puede considerarse como representación de los tres estadios del tiempo, como apuntaba Séneca: “En tres épocas se divide la vida: la que fue, la que es y la que será; de estas tres, la que vivimos es la breve; la venidera es dudosa; la que hemos vivido es cierta e irrevocable”; aunque para algunos el rostro frontal debe considerarse más como un agregado exigido por la simetría. Inclusive ciertas representaciones de Saturno como encarnación del tiempo que devora todo lo que crea (es decir, aquellas en las que se alude a las versiones “moralizadas” que a finales de la Edad media se hicieron de los versos de Ovidio “tempus edax rerum”, “el tiempo todo lo devora”, las cuales sostenían una encarnación del tiempo en el dios que devoraba a sus hijos a medida que nacían para evitar que pudieran sustituirle en el trono), asocian a ambos dioses, a Jano y a Saturno. Jano resulta en estos casos un refuerzo para la alegoría. Sin embargo, es de acotar que tal relación vino a ocurrir a partir del siglo XIV, cuando a las ilustraciones del Ovidio moralizado y derivados se les añadieron figuras suplementarias cuyo fin no era otro que subrayar el carácter ineluctable del tiempo. En un boceto de Poussin para la “Danza al son de la música del tiempo”, la figura del Padre-Tiempo toca una lira para que cuatro figuras humanas no exentas de alegoría dancen junto a la cabeza bifronte de Jano. En palabras de Baltasar Gracián, Jano hace énfasis en un Cronos-Saturno o Padre-Tiempo que está “royendo lo presente”.
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