Si bien la literatura en español es una de las más importantes y extensas del mundo (no sólo porque la lengua en la que se escribe es una de las más habladas y escritas, sino por la importancia y volumen de sus aportaciones al elenco de la literatura universal), no es menos cierto que igual de ricas son las aportaciones literarias de otros idiomas, conocidos a nuestros efectos como modernos: inglés, francés, italiano, alemán, portugués.
En tal sentido, si unimos al interés por conocer estos idiomas una suerte de curiosidad por la cultura universal, estaremos entrando, gracias al ejercicio de la lectura diaria de obras literarias de carácter imperecedero, en el dominio paulatino de una lengua que, poco a poco, dejará de sernos extraña.
En el caso de un estudiante o profesional del área de idiomas modernos este aprendizaje será una fortaleza extremadamente útil en distintas ocasiones de su vida académica y laboral. Pues podrá no sólo comentar a fondo una poesía de Goethe y de explicar de un modo conveniente una página de Sthendal, sino que además estará en capacidad de extraer de un texto las aplicaciones gramaticales diversas. En consecuencia, tendrá tanto conocimiento del idioma como aptitud para enseñarlo y para hacerse comprender en otra lengua diferente al español.
El conocimiento y la lectura de obras literarias permite, entonces, una vez adquiridos los conocimientos básicos del idioma extranjero, mantener, desarrollar y pulir esa capacidad idiomática y lingüística sin expatriarse a la nación madre de esa lengua aprendida.
Y es que al tomar una obra literaria en nuestras manos no siempre hemos de analizar sus componentes, la índole de sus verbos, la clasificación de su vocabulario, sus giros, sus modismos; al contrario, simplemente la disfrutamos. Es en este disfrute donde reforzamos, casi sin darnos cuenta, los conocimientos del idioma, en primer lugar, de la cultura, en segundo lugar, del país, en tercer lugar. Ello está en consonancia con Schwanitz (2003), quien refería que el lenguaje ha de sernos tan familiar como nuestra propia vivienda o nuestra propia casa, cuyas habitaciones no necesitamos utilizar constantemente. “El sótano de la jerga, el lavadero del desbordamiento emocional y el recinto destinado a la instalación de la calefacción, que alberga la pasión, no los frecuentamos tanto como el comedor del lenguaje coloquial, la habitación de la conversación íntima y la salita de estar en la que hacemos vida social. Lo mismo cabe decir de la buhardilla del lenguaje técnico y de la grandilocuencia, así como de la habitación de invitados, en la que hablamos un lenguaje elevado repleto de extranjerismos. Pero todas las habitaciones y todas las plantas de la casa del lenguaje deben resultarnos accesibles; hemos de poder movernos en ellas con familiaridad y facilidad, incluso con la seguridad de un sonámbulo” (p.525).
Hasta aquí hemos señalado la importancia de la literatura en el aprendizaje de los idiomas modernos. No obstante, también ocurre un procedimiento inverso, donde los idiomas modernos son importantes para la creación literaria.
Los recursos de expresión que brindan las lenguas extranjeras son trasladados a la lengua nativa. Las figuras literarias, los tropos, la métrica de un idioma son interpolados al idioma nativo para crear, primero. en base a un modelo importado y, luego, con el desarrollo propio del lenguaje llevarlo a su máxima expresión artística y apropiárselo como recurso estilístico.
Está implícito el hecho que la capacidad de comunicación del artista o del aprendiz de idiomas aumenta. El contacto con la otra lengua se vuelve cotidiano y este paso lleva al escritor a desarrollar su creatividad en base a textos u obras preexistentes, que adquiere en su lengua original y las traduce a su idioma y a su experiencia. Siempre hay comunicación entre las obras del canon literario, no entre todas pero si en algunas de ellas, rompiendo la barrera del idioma, la adaptación, el modelo, haciendo que se enriquezca el discurso de un autor vigente.
Escritores franceses como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stephane Mallarmé fueron traductores y profesores de idiomas, actividades que realizaban a la par de su creación literaria. Ellos conocían el inglés, lo que les permitió ser expertos lectores de Edgar Allan Poe. La sed de conocimiento de estos grandes maestros les lleva a aprender idiomas para ampliar su arsenal de recursos estilísticos y para disfrutar de otras obras del canon literario. Además, parte de la formación literaria de Rimbaud, consistía en hacer glosas de textos en latín. Estas glosas eran interpretaciones pero a la vez recreaciones de textos canónicos, donde el alumno practicaba el latín y además entrenaba en los métodos de creación literaria.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Schwanitz, D. (2003). La cultura: todo lo que hay que saber. Madrid: Taurus.