Krystian Bala, nombre literario, si los hay, es un nombre perjudicial para un sospechoso de asesinato. Es un nombre que denuncia, que juzga y condena, independientemente de que el condenado sea o no inocente.
Hablemos del juicio por el que, una “ingenua” novela, Amok, hizo transitar a su creador. Y es que a Bala, autor del libro, lo juzgaron, en fecha muy reciente, por asesinato.
Pensar en la película Nido de cuervos es inevitable al momento de hablar de Bala, un escritor de bestsellers, acusado en su natal Polonia por un asesinato ocurrido hace siete años, no esclarecido por la policía y que él, no obstante, describe a la perfección en uno de sus libros. En Amok, Bala trata de un empresario que es torturado y luego asesinado.
El autor asegura que se inspiró en el asesinato de Dariusz Janiszewski, dueño de una agencia de publicidad, cuyo cadáver mutilado apareció, sumergido en el río Oder, en diciembre de 2000 en la ciudad de Wroclaw (cerca de la frontera con Alemania), crimen que la policía polaca no pudo resolver.
Se sabe que una llamada anónima realizada a la policía en el año 2005 sugiere a ésta que dirija su atención a la novela Amok, publicada tres años después del crimen. La policía encontró tantas similitudes entre el texto y el crimen que terminaron por arrestar al escritor. Y es que en Amok se traza un escenario que sólo la policía o el asesino podían conocer. Por ejemplo, el cuerpo de Dariusz Janiszewski fue atado de tal manera que incluso el más mínimo movimiento hacía que se apretase la cuerda que tenía alrededor del cuello, asfixiándolo cada vez más.
Amok, título del libro, es la palabra clave. En las lenguas centroeuropeas se usa la palabra amok para referirse a una furia homicida ciega. Escrito con letras irregulares en la portada del libro, el título acompaña a la imagen de un macho cabrío, que evoca ciertas reminiscencias satánicas probablemente efectivas en su cualidad referencial en la católica Polonia.
Las pruebas, más que circunstanciales, señalan que Bala había estado en Corea e Indonesia en la misma época en que se enviaron, desde esas mismas geografías, ciertos correos electrónicos, a la redacción de una televisión polaca, que hablaban del crimen catalogándolo como “perfecto”; que cuatro días después de la desaparición de Dariusz Janiszewski, el teléfono que portaba éste apareció en una subasta de Internet y lo puso a la venta un tal Chris B., nombre que se corresponde con el del escritor y que, según sus propias palabras, primero, lo encontró en una cafetería y, después y luego de retractarse de lo anterior, lo compró en una tienda de objetos usados; que la víctima era amigo, quizá amante, de su ex mujer; que el día en que murió, Janiszewski recibió una llamada desde el mismo teléfono utilizado para llamar a la madre de Bala; que la ex esposa de Bala declaró en el juicio que, tras el divorcio, éste se mostró agresivo ante sus amigos y conocidos, entre ellos Dariusz Janiszewski; que el corresponsal en Varsovia de un diario alemán cita, de fuentes policiales, que Bala aceptó la prueba del polígrafo y que la máquina dice que mentía.
A lo anterior se unen los detalles de su personalidad. El asesino de Amok es un intelectual aburrido y Bala, que se ganaba la vida escribiendo sobre sus viajes y fotografiando fondos marinos, se presentaba a sí mismo como filósofo. La grafomanía y la petulancia comprobadas del escritor pusieron nuevas pistas en su contra. Bala se jactaba de controlar sus emociones hasta neutralizarlas, hecho por lo cual, al parecer, aceptó someterse a la prueba del polígrafo. El fiscal Robert Kowalczyk descubrió que al autor le molestaba ser menospreciado pero le gustaba despreciar a otros, por lo que ese complejo de superioridad, según los investigadores, lo indujo a describir el asesinato.
Bala argumenta que toda la información de aquel suceso la sacó de las páginas de los periódicos.
Imposible no recordar a Edgar Allan Poe y su desarrollo literario de un crimen real, a cuyos datos accedió, según él mismo explica, a través de las notas periodísticas. También, en julio de 1841, apareció en el río Hudson, en Nueva Jersey, el cadáver de una joven morena. Se trataba de Mary Rogers, quien acababa de cumplir los veintiún años. El cadáver tenía las manos atadas a la espalda. Se sabe que la joven, luego de ser violada, había sido estrangulada con un trozo de encaje, al parecer rasgado de su propio vestido. La policía de Nueva York y Nueva Jersey trabajaron seria y prolongadamente sin resultados positivos y, finalmente, cerraron el caso. Más tarde, a los dieciocho meses de la muerte de Mary Rogers, el ya casi olvidado suceso cobró de nuevo vida.
Y es que estaba llamado a pasar a la inmortalidad literaria (el tiempo dirá si con la novela de Bala sucede lo mismo) con la publicación de la famosa novela policíaca El Misterio de Mary Rogers, que apareció por vez primera en forma de episodios en la revista Snowden's Ladies Companion. El autor, Edgar Allan Poe, seguía minuciosamente los hechos del caso, aunque había trasladado la acción a París y cambiado únicamente los nombres y direcciones de las personas implicadas.
Como con Bala, hay quienes aseguran que el asesino real de Mary Rogers fue el mismo Poe, quien, según dicen, el 3 de octubre de 1838, se dirigió a la tabaquería de Anderson y anduvo rondando a la joven. La fecha es importante, afirman: coincide aproximadamente con los días de la primera desaparición de Mary Rogers. No obstante, a Kristian Bala lo condenaron a veinticinco años de prisión. El móvil, según el juez, fueron los celos.
La escritura y los asesinatos han estado indisolublemente ligados. Pensemos en Conan Doyle, quien, según el escritor y psicólogo Rodger Garrick-Steele, fue amante de la esposa de Bertram Fletcher Robinson, abogado, periodista y su amigo personal. Y es que a Fletcher Robinson, Garrick.-Steele lo cree víctima de Conan Doyle, al asegurar que éste, convertido en el amante de su esposa, no tuvo reparo a la hora de inducir a esta dama al envenenamiento de su marido, el verdadero autor (y en este punto al delito de asesinato se suma el de plagio), siempre según Garrock-Steele, de El perro de los Baskerville.
Pensemos en Trotsky, asesinado el 20 de agosto de 1940 por el estalinista español Ramón Mercader, el cual, según el criminólogo mexicano Alfonso Quiroz Cuarón, tenía nexos profundos con el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, quien también, meses antes, había atentado contra la vida de Trotsky.
Pensemos en William S. Burroughs, quien estaba viviendo a comienzos de los años cincuenta en Ciudad de México. Un día, bastante ebrio, tuvo la ocurrencia de jugar a "Guillermo Tell" con su mujer, Joan Vollmer. No se sabe si le colocó una manzana en la cabeza, pero sí que allí apuntó y disparó, causándole la muerte. El autor de Yonqui siempre la consideró una muerte "accidental" y algunos investigadores forenses también aceptaron esa versión.
Pensemos en Louis Althusser, quien también mató a su mujer, Helene, estrangulándola en 1980, y también salió más o menos impune: los expertos psiquiatras dictaminaron que había cometido el crimen en un "estado de locura" y eludió el proceso penal y, en consecuencia, la cárcel.
Pensemos en Thomas de Quincey, quien trató en su obra más célebre al asesinato como una de las bellas artes.