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VINDICACIÓN DEL PLAGIO

Tras la publicación en varios medios del ensayo "E. M. Cioran y Ben Amí Fihman: Correspondencias en Respiración Artificial", he visto como más propicio para el debate no tal correspondencia sino el tan discutido y, al parecer, no trillado problema de la originalidad. Y es que en los primeros meses de 2003 los círculos literarios chilenos sentenciaron que el cuento El cazador de Paulina Wendt, ganador del concurso de cuentos Paula el año anterior, tuvo como matriz no la concepción primaria de una idea original (tal y como lo propondría un romántico, que para algunos, los más, será neo, pero que para mí será –el agregado ayuda a fingir que aún no conozco a este individuo- pseudo) sino la conculcación de un texto precedente y que, a falta de nombre más oprobioso, se le denomina plagio.
¿El cuento plagiado? No otro que uno de Ricardo Piglia: El fin del viaje. El hecho de que varios meses después de entregado el premio se reconociera la fuente del plagio y se procediera a su declaración se justificó en que Piglia no es un autor conocido en el país vecino a Argentina (!). Se dijo que el plagio fue descubierto por la editorial Planeta y que llevó al jurado del concurso a reunirse nuevamente y, tras comparar ambos textos, retirarle el premio a Wendt. Pregunto: ¿el reconocido escritor mexicano, Juan Villoro, miembro del jurado, desconocía la obra de Piglia? Yo, que pienso que no se puede ejercer la escritura como profesión si no se lee, lo dudo.
Sólo se puede escribir y leer en un mundo intertextual: todo es cita. Como sistema semiótico, cualquier texto se compone de un plano de la expresión y de un plano del contenido, siendo el primero un repertorio de léxico y de reglas sintácticas mientras que el segundo atañe a un universo de conceptos expresados. Resulta claro que el acercamiento a un texto se encuentra determinado por un intento de iteración, por una operación mediante la cual se han de obtener todos los conjuntos parciales del repertorio de signos que pueden presentarse como formación de conjuntos en potencia y que conducen a conexos y/o conjuntos completos.
Es de notar que la eficacia del proceso de iteración es susceptible del nivel de competencia lectora, los niveles de comprensión y la actitud del sujeto frente al texto. Sujeto que en lo que respecta a su grado de participación o de reacción podrá estar en el punto del observador o del lector. Se trata de niveles de competencia, que tienen por sujeto ideal a un mismo individuo con distintos nombres: el lector modelo de Eco, el lector total de Barthes, el superlector de los estructuralistas, el lector competente de Chomsky, el lector implícito de Both, el lector implicado de Genette, el lector ideal de Prince, el lector pretendido de Iser, el lector macho de Cortázar.
Tanto el concepto de intertextualidad como el de lector modelo estimulan la premisa de que toda figura establece un par contrapuesto: lo que parece y lo que es. El individuo que trabe un acercamiento a un texto bajo tales fundamentos permite confirmar la idea de que en tal o cual obra y/o producción se puede producir una reducción de los significados más evidentes a favor de los más ocultos, inconscientes o ambiguos, en donde cada elemento es portador de significados parciales que a su vez se agrupan en unidades superiores suscitando finalmente una serie de lógicas del conocimiento que operan en la forma de un texto significante.
Copyright es el nombre de un libro escrito por Jorge Maronna y Luis María Pascetti. El protagonista de la novela conoce en una librería a una mujer que siente fascinación por los escritores. Se enamora de ella; para seducirla enfrenta la tarea de escribir una novela a pesar de sus escasas dotes para el ejercicio literario. Comienza a “plagiar” descaradamente obras de la literatura universal. Su historia inicia: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que, al despertar de un sueño agitado, Gregorio Samsa se encontró en su cama transformado en horrible insecto".
No faltaron los detractores para Copyright. Por fortuna, tampoco los defensores. El motivo de estos últimos resultó el más válido: cuando a un texto original se le cambia la intención y el contexto, el plagio, el plagio explícito, queda de lado.
Que la historia de la literatura se ha dado en la reescritura de sí misma es un lugar común que por común no deja de ser cierto. Sin reescritura no existiría, en los templos de los cenáculos literarios, Dante, Shakespeare, Borges.
En 1919 el jesuita e islamólogo español Miguel Asín Palacios publicó los resultados de una tesis que, hasta casi la segunda mitad del siglo XX, resultaba descabellada: tanto el espíritu como la fuente principal que insufló a Dante para la redacción de la Comedia fue de origen musulmán. El trabajo llevaba por título La escatología musulmana en la Divina Comedia. A partir de Asín Palacios se numeran con seguridad los parámetros islámicos incidentes en la obra de Dante, en este caso la Comedia. El Viaje Nocturno (Isra’) del Profeta Muhammad y de su Ascensión a los Cielos (Mi’raÿ), tradición mencionada en el Sagrado Corán (Sura 17 Al-Isra’, "El Viaje Nocturno", Aleya 1) y por diversas narraciones o hadices recopilados por Ahmad Ibn Hanbal (780-855), Abu Abdillah Muhammad Ibn Ismail al-Bujarí (810-870) y Abu al-Husain Muslim Ibn al-Haÿÿaÿ al-Qushairí al-Nishaburí (820-875), entre otros, constituyen la fuente principal. Según estas versiones, populares en el Islam desde el siglo IX, enriquecidas y poetizadas por teólogos, místicos y literatos en siglos sucesivos, Muhammad es, como Dante en su poema, el protagonista del viaje, el que cuenta los hechos y describe el escenario.
Ambos viajes comienzan en las tinieblas: Muhammad lo inicia en el medio de la noche, Dante en el medio de una selva oscura. Por orden del Cielo, Virgilio se ofrece a Dante como guía; el ángel Gabriel hace idéntico servicio a Muhammad. Son múltiples las correspondencias, que no vienen al caso enumerar. De cualquier manera todas las concordancias que atañen al presente artículo y a cualquier debate sobre algún tema relacionado deben de ubicarse en los textos y sólo en ellos. Pues son inconsistentes las similitudes biográficas extratemporales; por ejemplo: existe un paralelismo entre Dante y el poeta Ibn Al-Arabi de Murcia, muerto en Damasco cinco décadas antes del fallecimiento de Beatriz Portinari, y que no es otro que el amor espiritual, puro e inocente, llamado en árabe al-hubb al’udhrí. Al-Arabi, al llegar a La Meca en el quinientos noventa y ocho de la Hégira, quedó prendado de la belleza y sabiduría de una joven persa llamada Nezam, “sabiduría” (podríamos pensar en la Sophía de Novalis) que suscitaría en él la escritura del poema místico El intérprete de los deseos ardientes.
Reescribir no es plagiar. Lo primero presupone un acto creativo legítimo y, en consecuencia, un texto distinto. Lo segundo, en cambio, atiende a la pereza y a la egolatría. La reescritura es una búsqueda, una botella al mar. ¿Qué se busca? Un cómplice. El lugar donde lo múltiple es cifrado para hacerse unidad está en el lector, en el oyente, en el contemplador, en el que anexiona, por medio de los sentidos, la obra. Actuando en tal sentido el lector ha de manifestar un proceso de reconocimiento de los distintos elementos de la obra, respetada como plano de la expresión. Contrario a lo que se pudiera suponer, aquí la competencia lectora no presupone necesariamente identidad con la del productor del texto, ni siquiera con la de los lectores primarios, ya que los niveles de capacidad lectora vienen dados por “posiciones sujeto”, es decir, por puestos de observación desde los cuales se interpreta la obra.
Es así que, como texto, como discurso, una obra literaria puede (y debe) ser reducida a componentes, a “bloques de unidades expresivas”, que indican un pacto de formas, sostenido por medio de un proceso de filiaciones.
Al captar los signos codificados (el acto de decodificar), el lector es impelido en una sensación, un esfuerzo, una determinación. Lo que implica, por ende, ver al texto como una unidad intencional. Existe la intención del que ejecuta el texto y existe la intención del que lo lee.
Posted on 8:35 a.m. by Musa Ammar Majad and filed under , , , , , , , , | 0 Comments »

E. M. CIORAN Y BEN AMI FIHMAN: CORRESPONDENCIAS EN “RESPIRACIÓN ARTIFICIAL”




Enero, 1979; París comenzaba en la rue de L’Odeon para adquirir, más que nunca, emboque de agudeza y reflexión, de máxima y aforismo, de postura. Nada impide imaginar que Ben Ami Fihman, acompañado del fotógrafo Jesse Fernández, terminó de abandonar las escaleras que lo habían conducido al apartamento del pensador rumano Emil Michel Cioran con la sentencia: un fracasado es “un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos y no los explota”. 1980; una madrugada propicia a las confidencias, el joven escritor argentino Emilio Renzi escucha de labios de Tardewski, polaco escéptico, mientras caminan por las calles de Concordia, Provincia de Entre Ríos, que un fracasado “es un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos (...) y no los explota”. La sensación de paradoja queda extirpada cuando comprendemos que Piglia escribe Respiración Artificial como una refundación de columnas, de soportes encontrados en los anaqueles, allí donde se desenvuelven los materiales intelectuales ajenos. No implica una versión contemporánea del palacio doblemente soñado, primero por Kublai Khan y, siglos después, por Coleridge. Sí, en cambio, una prueba material de aquello que Borges llegó a percibir como patrimonio en el Escritor argentino y la tradición, susceptible de ser resumido por un único sustantivo: el universo. Es de entender. Con el dominio heredado de sus ascendientes, el escritor nutre, sin devoción, cada una de sus construcciones y piensa que toda literatura ha de adquirir capacidad de fagocito, ha de ser –a veces resulta inevitable recurrir a Perogrullo- literatura a base de toda literatura. Lejos la vía de la asimilación parasitaria; el escritor, a fuerza de transformar, destruye en pro de una obra previamente planeada.
La conjetura es lícita. Hacia la segunda mitad de 1979 Piglia debió de tener en sus manos un ejemplar del número doscientos once de la hoy desaparecida revista Eco. Escribía entonces una novela en la que, por destreza consciente, habrían de permanecer múltiples referencias culturales cuyo fin mayor postularía el asedio de posibilidades y componentes históricos, manteniendo una disposición en serie, recreadora de las descomposiciones que sufre toda circulación cultural, toda idea. Con la modalidad del relato que interrumpe el desarrollo cronológico y lineal de los eventos para retroceder a sucesos ocurridos en un tiempo anterior, con ayuda de la retrospección, Piglia inserta en Respiración Artificial, alterando detalles no sustanciales y propiciando que Tardewski se las refiera a Emilio Renzi, dos experiencias que Cioran le relató a Fihman. (La experiencia, aquí, no deviene de lo imaginario ni de los intersticios de la realidad. Aparece con la lectura para mantenerse como sólo los rumores logran hacerlo: con la repetición, de texto en texto. Ya Foucault insistió que es menos propicio al acto de soñar el cerrar los ojos que el leer.) Son de nombrar. La del saboteador de ímpetus ajenos que escamotea en Cioran-Tardewski cierta sensación de belleza suscitada por una mujer, al hacer que ésta sea blanco de la irrupción, en un caso, de un barro infame detrás de la oreja, y, en otro, de una verruga, que por ser verruga no resulta menos inicua:

Un día estábamos juntos y nos presentan a una mujer que me entusiasma, que me
gusta muchísimo. Al observar esto me dice: ¡Ah pero no ha mirado usted su
oreja derecha? Le respondo: Está usted loco, no me interesa. –Pero ande fíjese.
Mire. Al final me las arreglo para ver lo que tenía detrás de la oreja. Tenía un
barro infame, en fin, un barro. Todo se derrumbó. El tipo era el demonio. Su
función era sabotear los ímpetus de los demás. Era un gran conocedor de hombres.
(Entrevista con Cioran.)


Una noche, me dice Tardewski, estábamos juntos y nos presentan a una mujer que
me entusiasma, que me gusta muchísimo. Al observar esto me dice: Ah, ¿cómo?,
¿es que no le ha mirado usted la oreja derecha? ¿La oreja derecha? Le contesto:
Está usted loco, no me interesa. Pero vamos, fíjese, me dijo, cuenta Tardewski.
Fíjese. Mire. Al final me las arreglo para ver lo que tenía detrás de la oreja. Tenía
una verruga infame, en fin, una verruga. Todo se derrumbó. Una verruga. ¿Se
da cuenta? El tipo era el demonio. Su función era sabotear el ímpetu de los demás.
Era un gran conocedor de los hombres. (Respiración Artificial);

y la de la mujer terriblemente fea que escribe cartas a Cioran-Marconi y que posee una sensibilidad tan extraordinaria de la vida.
Las similitudes en la sintaxis no se dejan esperar. Es más, reaparecen:

Me interesé por mucha gente así, que sabía ver el otro lado de las cosas. Tenían
un encanto demoníaco. Porque ejercían la verdadera función del conocimiento, que
es destructora. (Entrevista con Cioran.)


Me interesé mucho por gente así, en los años de mi juventud. Tenían para mí un
encanto demoníaco. Estaba convencido de que esos individuos eran los que ejercían,
dijo, la verdadera función del conocimiento que siempre es destructiva. (Respiración
Artificial.)

Las concordancias son múltiples y continúan. Sin embargo, respecto a la segunda experiencia el final en Respiración Artificial no es el mismo que recuerda el filósofo rumano. Según lo que recoge Fihman de Cioran y Tardewski de Marconi, sabemos: como intelectuales atraen a los muy jóvenes, a los ancianos y a las mujeres. En determinado momento de sus vidas recibieron consecuentes cartas de una mujer. Eran textos “delirantes”, para Cioran, y “excepcionales”, para Marconi. Un día de tantos, los dos intelectuales –uno bajo el influjo de la música húngara y otro bajo el opio de Beethoven- deciden verla. Sus razones son válidas en cuanto a reflejos análogos de una misma miseria: la necesidad de reconocimiento.

Me visto, me pongo una corbata. Estaba en tal estado que necesitaba a alguien que
me dijera: usted es el más grande, el mejor. Momentos de debilidad, en todo el
sentido de la palabra (Entrevista con Cioran).

Me cambio de ropa, me pongo un traje, una corbata, contaba Marconi. Estaba en
un estado de ánimo tan particular que necesitaba que esa mujer y ninguna otra
me dijera: Usted es el más grande, es el mejor, no hay otro poeta como
usted. Momentos de debilidad que uno tiene, dijo Marconi (Respiración Artificial).

Ambas referencias emplean idéntica coordinación para anunciar el encuentro: “Abro y al abrir...” A partir de aquí el monstruo femenino que eleva su inteligencia a despecho de la fealdad se hace dos. La mujer que conversó con Cioran le contó su vida a éste. Ahí culmina el episodio. Marconi, en contraste, conversa con la mujer, de la que sobresale su vida, su inclinación a la literatura. La historia prosigue más allá del referente, pues participa de principio, nudo y fin. Tal la labor del escritor: ejecutar la historia, no la anécdota o la sola idea, que no tiene desenlace.
El relato es el resultado de la organización y manipulación de la historia. Es su eco parcial, no su copia. Piglia, suerte de Pierre Menard, muestra así una novela de sólida postura teórico-literaria en la que se borran fronteras para acceder a la puesta de un montaje narrativo, donde ha sido necesario captar distintas formas posibles de ficción. Innegable: ésta observación ya es lugar común en la teoría literaria de Piglia e innumerables veces ha sido reafirmada por la crítica.
Crítica que, al parecer, aún no ha añadido al archivo de referencias textuales de Respiración Artificial la del venezolano Ben Ami Fihman.
Posted on 8:21 a.m. by Musa Ammar Majad and filed under , , , , , , | 0 Comments »