EL CÍRCULO, LA ESFERA Y EL TIEMPO
Según Izzi (1996, p. 254), Macrobio relacionó la bifrontalidad de Jano con el uroboros y, por ende, con el círculo. La serpiente que se muerde la cola participa de la noción del punto, ya que el círculo no es otra cosa que “un punto desarrollado en extensión” (Revilla, 1995, p. 99). Más allá de su carácter decorativo, el elemento simbólico del círculo se patentiza no sólo en el arte clásico sino también a partir del paleocristiano. Cuando, “en la Edad Media, se compara a veces al mundo con un huevo, en el que la yema es la tierra y la clara el cielo” (Beigbeder, 1995, p. 91) se alude a la idea del círculo como símbolo del universo (macrocosmo) y del hombre (microcosmo). Es así que se representa el ciclo cosmográfico del año. El Calendario de Fulda, el Tapiz de Gerona y el Calendario de Suabia lo ilustran. En el anillo central del Calendario de Fulda está Cristo como “Sol de justicia”, como Cronocrator, rodeado por las representaciones de los doces meses, así como del Sol y la Luna y los consecuentes Día y Noche. Cristo también rige el curso del tiempo en el Calendario Astronómico y Martirologio de Suabia, fechado hacia 1180. En él Cristo aparece como Cronocrator y Cosmocrator, enmarcado por el Día y la Noche, el Sol y la Luna, la Aurora, el Mediodía, la Tarde y la Noche, las cuatro Estaciones: Primavera, Verano, Otoño e Invierno, el Zodíaco, los doce meses con las labores diferenciadas y los Vientos.
Tanto en el Calendario de Fulda, como en el de Suabia la composición circular, a modo de planisferio, expresan el concepto de tiempo como ciclo (Pérez-Higuera, 1997, p.14). Sobre todo es el de Suabia el que mejor confiere esa idea del tiempo como emanación a través de un orden mensurable de movimientos, es decir, de un transitar entre pasado, presente y futuro. No en vano San Alberto Magno, Santo Tomás y Occam repitieron la definición aristotélica del tiempo: “El número del movimiento según el antes y el después” (Abbagnano, 1997, p.1135). En el Calendario de Suabia el tiempo es una emanación a través de círculos, del macrocosmo al microcosmo, de Dios al hombre, de la Naturaleza al trabajo. En el plano circular esa emanación temporal puede ser ascendente o descendente: “`Así como las Fantasías llegan a la imaginación desde abajo, dice Isaac [de Stella], así las teofanías descienden a la inteligencia desde arriba’”(Cappelletti, 1993, p. 218). Es lo que se ilustra en el universo dantesco. La idea de la ascensión en la continuidad temporal también la brinda la cruz latina, cuyo desarrollo parte desde la cruz griega –de brazos iguales- simbolizando, ya como es hoy día -con el travesaño alto-, el deseo que implica “la tendencia a desplazar de la tierra el centro del hombre y su fe y a `delvolverlo´ a la esfera espiritual” (Jung, 1992, p. 245). De esta manera se justifican el descenso del Espíritu a partir del círculo que envuelve la mano del padre; Cristo que abarca dos círculos superpuestos, donde el superior permanece en primer plano respecto al inferior; el círculo mayor que acepta tanto a Cristo como a la Virgen y que refuerza la idea de divinidad y permanencia por medio de círculos y espirales expandidos alrededor. Todo resulta en un sinfín de imágenes circulares, siendo, según Beigbeder, aquellas en las que participa el tetramorfos las que infunden de “manera más acabada la correspondencia entre el hombre y el universo” (1995, p. 51). En relación a los cuatro Evangelistas, la espiral circular de estrellas pareciera nacer en el punto de encuentro de los cuatro brazos de la cruz. Es el punto de partida de una correspondencia jerárquica que devela al universo como un divinum animal, que “está vivificado”, pues sus diferentes jerarquías están interrelacionadas por “una influencia divina que emana de Dios, penetra los cielos, desciende a través de los elementos y alcanza su fin en la materia”. Una corriente ininterrumpida de energía sobrenatural “fluye de arriba abajo y revierte de abajo arriba, formando así un circuitus spiritualis” (Panofsky, 1972, p. 192).
Un circuitus spiritualis que se mantiene en esa concordancia postulada por el Calendario de Suabia y cuya mayor base es el tiempo y lo que éste implica: pasado, presente y futuro; es decir; un transitar; apartado de la simultaneidad. Pues lo simultaneo compete a la eternidad. La diferencia es notoria. Borges escribió: “Ninguna de las varias eternidades que planearon los hombres –la del nominalismo, la de Irineo, la de Platón- es una agregación mecánica del pasado, del presente y del porvenir. Es una cosa más sencilla y más mágica: es la simultaneidad de esos tiempos” (1996, t.I, p. 354).
Desde la antigüedad la belleza de la esfera se ha elevado sobre los sólidos y la del círculo sobre las figuras planas. Platón y Pitágoras compartieron esa observación. Pero la diferencia entre la esfera y el círculo radica en la sustancia que representan: en aquélla radica la asistencia sin diferenciaciones del fue, del es y del será; en éste persisten las tres caras del tiempo. El Pantocrátor de la Biblia de San Luis está ubicado entre cuatro arcos que sugieren cuatro círculos; Cristo sostiene con una mano la esfera y con la otra el compás que dibuja la circunferencia de aquélla. Su divinidad se muestra en el hecho de tener y diferenciar esas formas del tiempo: la del abismo de la eternidad, sin los tres principales tiempos del verbo, y la del conocimiento del tránsito temporal, dominando el pasado, el presente y el futuro. Probablemente el símil más feliz respecto a tal dominio sea el del conocimiento. Por algo lo plasmó Rafael con los mismos elementos analizados.
Tanto en el Calendario de Fulda, como en el de Suabia la composición circular, a modo de planisferio, expresan el concepto de tiempo como ciclo (Pérez-Higuera, 1997, p.14). Sobre todo es el de Suabia el que mejor confiere esa idea del tiempo como emanación a través de un orden mensurable de movimientos, es decir, de un transitar entre pasado, presente y futuro. No en vano San Alberto Magno, Santo Tomás y Occam repitieron la definición aristotélica del tiempo: “El número del movimiento según el antes y el después” (Abbagnano, 1997, p.1135). En el Calendario de Suabia el tiempo es una emanación a través de círculos, del macrocosmo al microcosmo, de Dios al hombre, de la Naturaleza al trabajo. En el plano circular esa emanación temporal puede ser ascendente o descendente: “`Así como las Fantasías llegan a la imaginación desde abajo, dice Isaac [de Stella], así las teofanías descienden a la inteligencia desde arriba’”(Cappelletti, 1993, p. 218). Es lo que se ilustra en el universo dantesco. La idea de la ascensión en la continuidad temporal también la brinda la cruz latina, cuyo desarrollo parte desde la cruz griega –de brazos iguales- simbolizando, ya como es hoy día -con el travesaño alto-, el deseo que implica “la tendencia a desplazar de la tierra el centro del hombre y su fe y a `delvolverlo´ a la esfera espiritual” (Jung, 1992, p. 245). De esta manera se justifican el descenso del Espíritu a partir del círculo que envuelve la mano del padre; Cristo que abarca dos círculos superpuestos, donde el superior permanece en primer plano respecto al inferior; el círculo mayor que acepta tanto a Cristo como a la Virgen y que refuerza la idea de divinidad y permanencia por medio de círculos y espirales expandidos alrededor. Todo resulta en un sinfín de imágenes circulares, siendo, según Beigbeder, aquellas en las que participa el tetramorfos las que infunden de “manera más acabada la correspondencia entre el hombre y el universo” (1995, p. 51). En relación a los cuatro Evangelistas, la espiral circular de estrellas pareciera nacer en el punto de encuentro de los cuatro brazos de la cruz. Es el punto de partida de una correspondencia jerárquica que devela al universo como un divinum animal, que “está vivificado”, pues sus diferentes jerarquías están interrelacionadas por “una influencia divina que emana de Dios, penetra los cielos, desciende a través de los elementos y alcanza su fin en la materia”. Una corriente ininterrumpida de energía sobrenatural “fluye de arriba abajo y revierte de abajo arriba, formando así un circuitus spiritualis” (Panofsky, 1972, p. 192).
Un circuitus spiritualis que se mantiene en esa concordancia postulada por el Calendario de Suabia y cuya mayor base es el tiempo y lo que éste implica: pasado, presente y futuro; es decir; un transitar; apartado de la simultaneidad. Pues lo simultaneo compete a la eternidad. La diferencia es notoria. Borges escribió: “Ninguna de las varias eternidades que planearon los hombres –la del nominalismo, la de Irineo, la de Platón- es una agregación mecánica del pasado, del presente y del porvenir. Es una cosa más sencilla y más mágica: es la simultaneidad de esos tiempos” (1996, t.I, p. 354).
Desde la antigüedad la belleza de la esfera se ha elevado sobre los sólidos y la del círculo sobre las figuras planas. Platón y Pitágoras compartieron esa observación. Pero la diferencia entre la esfera y el círculo radica en la sustancia que representan: en aquélla radica la asistencia sin diferenciaciones del fue, del es y del será; en éste persisten las tres caras del tiempo. El Pantocrátor de la Biblia de San Luis está ubicado entre cuatro arcos que sugieren cuatro círculos; Cristo sostiene con una mano la esfera y con la otra el compás que dibuja la circunferencia de aquélla. Su divinidad se muestra en el hecho de tener y diferenciar esas formas del tiempo: la del abismo de la eternidad, sin los tres principales tiempos del verbo, y la del conocimiento del tránsito temporal, dominando el pasado, el presente y el futuro. Probablemente el símil más feliz respecto a tal dominio sea el del conocimiento. Por algo lo plasmó Rafael con los mismos elementos analizados.
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