IRONÍA: APUNTES BÁSICOS


La ironía puede definirse como una burla fina y disimulada, como una figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice.
La ironía, como tal, es de uso antiguo. En la Sagrada Escritura abundan los pasajes en que se hace uso de la ironía, poniéndose ésta en boca del Señor. La primera vez se halla en el Génesis (III, 22): Dios dice, refiriéndose a Adán que es arrojado del Paraíso: “He aquí que el hombre se ha equiparado a nosotros, pues sabe el bien y el mal”. También se usa la ironía en el mismo libro (XI) cuando Dios baja para ver la torre que los hombres están construyendo, con intento de escalar el cielo, en la llanura de Sennaar, y dice: “Ahora sí que no habrá que les impida hacer lo que han proyectado”.
En la doctrina socrática constituye la ironía el primer momento del método. Su objeto era confundir al adversario, demostrando su ignorancia de la materia que pretende saber. Sócrates se fingía ignorante acerca de la tesis sostenida por el sofista y le acosaba a preguntas, llevándole gradualmente de proposición en proposición hasta obligarle a negar su misma tesis. La contradicción revelaba que el sofista estaba en terreno falso, y entonces insinuaba la hilaridad entre los asistentes al corro socrático. La finalidad de la ironía socrática tiene todo el alcance de una lógica cuyo objeto es la liberación del error.
La ironía trágica consiste en percibir que el héroe ingenuamente cree llegar a la meta de su existencia y, sin embargo, lo cierto es que está avanzando hacia su desgracia; así, en el Edipo rey, de Sófocles.
En la literatura la ironía, como figura retórica, consiste en atribuir a un objeto cualidades contrarias a las que tiene, pero de modo que se conozca que no le convienen realmente, sino antes bien opuestas. Rivas (1989) distingue dos clases de ironía: una que consiste en una o dos palabras y que considera como un verdadero tropo, y otra que se compone de una o varias frases y que llama “ironía sostenida” (p. 67). Mayans (1978), quien define la ironía como la “traslación de la propia significación a la opuesta”, la divide en tres clases: según la naturaleza de la persona, de la cosa de que se trata o por la pronunciación (p. 125). Voltaire decía que la ironía no convenía a las pasiones, sin duda porque se refería a la ironía prolongada, cuyas ideas, seguidas en un orden en que la reflexión está demasiado marcada, se conforman poco a la marcha impetuoso y brusca de las pasiones (en Mayans, 1978, p. 126).
La ironía se deja conocer por el tono de la voz en el que se habla y por el contexto y demás circunstancias en el que se escribe. Los preceptistas no señalan, con buen acuerdo, más regla que la de la oportunidad para el empleo de la ironía (Mayans, 1978, p. 128); así, el ejemplo que da Cioran (2002): “Y cuando, maravillados, pensamos en tal monje hindú que, durante nueve años, permaneció sumido en meditación con la cara contra la pared, de inmediato interviene ella [la ironía] para decirnos que ¡tras tantos esfuerzos descubrió la nada, por la que había comenzado!” (p. 198).
Aunque la mayor parte de los nombres dados a las diversas clases de ironía han dejado de ser de uso corriente, la existencia del comportamiento al que remiten es innegable. Son de nombrar, pues, los elementos comportados por la clasificación de los antiguos retóricos:
1) Antífrasis, cuando la ironía se hace dando a una cosa un nombre que, según su rigurosa significación, indica cualidades contrarias a las que realmente tiene;
2) Asteísmo, que consiste en fingir que se vitupera o reprende a x para alabarle con más finura, delicadeza y gracia. La palabra “asteísmo” significa literalmente “urbanidad”.
3) Carientismo, cuando, para burlarse de una cosa, se emplean expresiones que, tomadas según suenan, no parecen burlonas, sino verdaderas y serias, o sea si la intención de burlarse sólo se deja a traslucir sin darlo a conocer. La palabra “carientismo” significa “gracia”, porque es un modo gracioso y fino de ocultar su pensamiento.
4) Clenasmo, que quiere decir “irrisión” o “mofa”, cuando para hacer burla de alguno le atribuimos las buenas cualidades que nos convienen a nosotros y no a él, o, al contrario, nos atribuimos a nosotros las malas cualidades suyas.
5) Diasirmo, cuando, no atribuyendo a otro nuestras buenas cualidades o a nosotros las malas suyas, nos burlamos de él por cualquier otro medio. La palabra “diasirmo” corresponde etimológicamente al silbido, en el sentido en que tomamos el verbo silbar cuando significa hacer burla de alguno. Sin embargo, la correspondencia no es exacta y lo que corresponde al “diasirmo” es lo que llamamos “chanza pesada”, que son aquellas en las cuales, por una maligna ironía, humillamos la vanidad de alguno, recordándole cosas de que debe avergonzarse.
6) Sarcasmo, cuando la burla llega a ser un verdadero insulto, y, además, recae sobre una persona que no puede vengarse por estar muerta o moribunda, o en estado de aflicción y desgracia, que más merece compasión que desprecio. Esta ironía es la fuente de todas y sólo puede ponerse en boca de un personaje bárbaro y brutal, o bajo y vil, o en alguno que se suponga arrebatado del más ciego furor.
7) Mimesis, o sea “imitación” o “remedo”, se llama así cualquiera que sea el grado de mordacidad y acrimonia empleada en la ironía, cuando con la voz, el gesto, la postura, movimientos y ademanes se imita a alguno a quien se quiera ridiculizar, refiriendo directa o indirectamente un discurso suyo, verdadero o fingido.


BIBLIOHEMEROGRAFÍA

Cioran, E. M. (2002). La tentación de existir. Madrid: Suma de Letras.

Mayans, F. (1978). Lengua y lenguaje. Buenos Aires: UBA.

Rivas (1989). Apuntes de formas y perfiles, un acercamiento al María Moliner (3ª ed.). Madrid: Emecé.






Posted on 4:24 p.m. by Musa Ammar Majad and filed under , , | 0 Comments »

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