LA OBRA, EL ANONIMATO Y LA INTENTIO AUCTORIS
Con este artículo entra a colación el problema del autor, aquel que, luego del encargo, da inicio a la cadena del fenómeno artístico integral. El anonimato ha sido receptáculo de observaciones substanciales, como la de aquel autor que señala la existencia de una “angustia entre el silencio y la palabra”. Y es que bajo el anonimato el autor entra en su propia muerte, la “voz” trata de extraviar su origen, de anularse como entidad responsable.
Como invención moderna, el autor, allí donde no es identificado, donde no se le conoce, se le intenta desentrañar, junto con sus gustos y pasiones, no a través de la identificación personal, de la que se carece, sino por medio de una época, de todas aquellas franjas significativas de orden político, económico, artístico y social que enmarcan la obra. Porque, como dice Barthes, “es el lenguaje, y no el autor, el que habla”. Las referencias históricas no permiten, necesariamente, el conocimiento de un antes y un después de la obra para el autor ni el ahora de la misma para el mismo. Lo primero se acerca a la idea romántica del artista que vive antes de la obra, que la piensa y sufre, para dejar que la mano sea tan rápida como la pasión, siendo la extremidad del sentimiento; lo segundo insiste en la forma, en la lentitud para su logro, en la inscripción más que en la expresión. No obstante, queda una sospecha. Inscribir es, según Barthes, trazar “un campo sin origen”. Esto es: un espacio en el que convergen distintos elementos, ninguno de los cuales es el original, en el que se mezclan las formas, estableciendo nuevos pactos que no llevan a crear una tradición cultural sino a manipularla. Es innegable que en base a una obra anónima no se puede afirmar que el autor carece de pasiones, humores, impresiones, sentimientos, pero sí que posee esa corriente de formas, ese tejido de signos del que extrae los elementos compositivos.
Como invención moderna, el autor, allí donde no es identificado, donde no se le conoce, se le intenta desentrañar, junto con sus gustos y pasiones, no a través de la identificación personal, de la que se carece, sino por medio de una época, de todas aquellas franjas significativas de orden político, económico, artístico y social que enmarcan la obra. Porque, como dice Barthes, “es el lenguaje, y no el autor, el que habla”. Las referencias históricas no permiten, necesariamente, el conocimiento de un antes y un después de la obra para el autor ni el ahora de la misma para el mismo. Lo primero se acerca a la idea romántica del artista que vive antes de la obra, que la piensa y sufre, para dejar que la mano sea tan rápida como la pasión, siendo la extremidad del sentimiento; lo segundo insiste en la forma, en la lentitud para su logro, en la inscripción más que en la expresión. No obstante, queda una sospecha. Inscribir es, según Barthes, trazar “un campo sin origen”. Esto es: un espacio en el que convergen distintos elementos, ninguno de los cuales es el original, en el que se mezclan las formas, estableciendo nuevos pactos que no llevan a crear una tradición cultural sino a manipularla. Es innegable que en base a una obra anónima no se puede afirmar que el autor carece de pasiones, humores, impresiones, sentimientos, pero sí que posee esa corriente de formas, ese tejido de signos del que extrae los elementos compositivos.
0 comentarios:
Publicar un comentario