CONSIDERACIONES SOBRE EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD EN LATINOAMÉRICA
América Latina es el lugar donde el pasado subsiste en términos nostálgicos o críticos. Europa, en cambio, experimenta cómo los procesos de la modernidad se caracterizan por una posición de relativa independencia respecto del pasado, pues éste no es visto en continuidad funcional con el presente. La diferencia es patente y radica en una unívoca idea: “la ‘muerte de la historia’ es una condición para el establecimiento de la modernidad como discurso global en la esfera estética: la victoria de Nietzsche” (Sarlo, 1995, p. 47). No es difícil extraer que la severidad del juicio sobre el pasado y de la ruptura con las tradiciones culturales es más radical en sociedades donde las formas modernas de las relaciones intelectuales están firmemente arraigadas, donde las fracciones estéticas e ideológicas ya se han configurado sólidamente, y donde las disputas sobre el canon, las autoridades y los símbolos son claras. Frente a una tradición sólida, la ruptura es la única estrategia posible para los nuevos artistas y las nuevas poéticas. En Latinoamérica, en cambio, la relación con el pasado tiene su forma específica en la recuperación imaginaria de una cultura que se piensa amenazada por la inmigración, la aculturación y la urbanización, sin descartar, claro, el capitalismo como sistema (!). Ideologías políticas, estéticas y culturales se enfrentaron en este debate. Las reacciones fueron múltiples: la defensa de una elite del espíritu que se convirtiera en instrumento de purificación o, al menos, de denuncia de carácter artificioso y viciado de la sociedad; el recurso a mitos del pasado y la discusión de la herencia; el reconocimiento del presente como diverso y la apuesta a que era posible, sobre esa diversidad, construir una cultura. Tal interés por levantar un piso cultural al encontrar sus bases en el pasado mítico e histórico hace a Latinoamérica moderna, la reconforta frente a un siglo XIX conflictivo e incierto. Se adentra en ello porque “la discursividad moderna nace de ese punto máximo de desprotección espiritual, de ese vacío que queda con el retiro de ‘la historia de dios’: de esa conciencia de lo que se extingue. Desde ese abismo, asumido, el sujeto puede pensarse conciencia de la historia que protagoniza y de la historia que reordena” (Casullo, 1989, p. 25). Las diferencias básicas respecto a Europa, y que se transmutan en la paradoja de la identidad, son: 1) desde la colonia, el latinoamericano a experimentado su deseo de posesión de lo que es del otro, del colono, pero que es suyo; 2) la herencia colonial y los resultados de las campañas independentistas, en vez de dar una identificación al latinoamericano, lo han escindido: el hombre poscolonial, cuando comenzó a buscar su historia, no lo hizo a partir de la autorreflexión en el espejo de la naturaleza humana, es decir, de la filosofía, sino a partir de la mirada antropológica, estudiándose a sí mismo como si fuera el otro. De lo anterior parte la curiosa relación identidad-tradición, la cual ha promovido el establecimiento de tres respuestas a la aculturación: no resistencia a lo foráneo, resistencia a lo foráneo, unión de lo foráneo con lo nacional. Esta relación debe hacernos escépticos frente al problema de la identidad a la hora de llevarlo a la expresión artística; incluso antes de la globalización. La unión identidad-tradición, en el arte, forma un simulacro, una mera apariencia. Se pueden repetir los códigos, nacionales e internacionales, sin dar cabida al contrasentido. Para aceptarlo, se tendría que comprender, y se comprende, que el artista, latinoamericano o no, trabaja con una re-fundación de columnas, de soportes encontrados en los anaqueles, en los museos, en las cabezas de otros, allí donde se desenvuelven los materiales intelectuales ajenos. No implica una versión contemporánea del palacio doblemente soñado, primero por Kublai Khan y, siglos después, por Coleridge. Sí, en cambio, una prueba material de aquello que Borges llegó a percibir como patrimonio en el Escritor argentino y la tradición (en 1996, pp. 267 y ss.), susceptible de ser resumido por un único sustantivo: el universo. Es de entender. Con el dominio heredado de sus ascendientes, el escritor, el artista, nutre, sin devoción, cada una de sus construcciones y piensa que toda literatura, que todo arte, ha de adquirir capacidad de fagocito, ha de ser –a veces resulta inevitable recurrir a Perogrullo- literatura a base de toda literatura, arte a base de todo arte. Lejos la vía de la asimilación parasitaria; el escritor, el artista, a fuerza de transformar, destruye en pro de una obra previamente planeada. Dicho comportamiento no compete únicamente al latinoamericano; pues se sabe: patrimonio universal, conducta universal. No hay que condenarlo: no está mal; no hay que alabarlo: es común. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Camps, V. (1993). Paradojas del individualismo. Madrid: Drakontos. Casullo, N. (1989). El debate modernidad pos-modernidad (2ª ed.). Buenos Aires: Puntosur. Borges, J . L. (1996). Obras completas. Buenos Aires: Emecé. Tomo 1. Sarlo, B. (1995). Borges, un escritor de las orillas. Buenos Aires: Ariel. |
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