EL FIN DEL CAPITALISMO
Si la Economía es la esfera de la vida humana en la cual el hombre tiene que relacionarse con la naturaleza y su entorno cultural para producir los bienes y servicios que le permitan sostener su existencia y lograr desarrollarse de acuerdo a una determinada perspectiva de vida, la Cultura es la sobrevivencia de él mismo en relación con la diversidad de la naturaleza y la complejidad del entorno de vida artificial. No es de extrañar, entonces, que aparezca la globalización, a todas luces, como un proceso multidimensional amparado por impactos económicos y /u otras contingencias suscitadas por cambios provenientes de la ciencia y la tecnología.
La globalización es un fenómeno muy distinto según se interprete como un proceso “real” que tiene lugar en la economía mundial, o como un momento puramente “ideológico”, es decir, retórico, del actual pensamiento económico de moda. Como fenómeno económico real, es una tendencia que se impone progresivamente, y que, por tanto, existe desde que el capitalismo impera en la economía mundial. Como expresión ideológica, es un recurso retórico relacionado principalmente con el cambio en el tipo de batalla ideológica que con el discurso dominante que alimenta ciertas políticas y prácticas económicas.
Este último proviene de la ideología neoliberal. Y es esta ideología la que está sirviéndose de la globalización para reordenar el mundo de acuerdo con ciertos principios y dictados. Las políticas neoliberales pueden haber acelerado la integración de los mercados, pero sus estrategias han creado una economía altamente polarizada.
No en balde Stiglitz (2002) afirma: “El problema no es con la globalización, sino en cómo se ha manejado esta. Parte del problema tiene que ver con las instituciones económicas internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y Organización Mundial de Comercio (OMC), que fueron las que establecieron las reglas de juego. Lo han hecho de tal manera, y casi siempre, que ha servido a los intereses de los países más industrializados –y a intereses particulares dentro de esos países- más que los del mundo en desarrollo. Pero no es sólo que han servido a aquellos intereses; muy a menudo, han visto la globalización desde estrechas posturas mentales, formadas por una visión particular de la economía y de la sociedad” (pp. 214-215).
La aseveración, en fin, es esta: es necesario un claro entendimiento de los poderes detrás de la expansión económica. En tal sentido, King y Woodyard (1999) señalan que las estructuras económicas tienen vida por sí mismas y ordenan el comportamiento de la gente, a menos que concientemente se desee vivir bajo otro patrón de valores (p. 216). Para Stackhouse (2001), el problema con la economía del mercado capitalista es que “la adoración del dinero, posesión y demanda de propiedad puede llegar a convertirse en demónico si no es redirigido hacia una disciplina cooperativa de ordenamiento comunitario” (p. 216).
Precisamente, como premisa, tal ordenamiento fundamentó el campo socialista, aquel que constituyó en el mundo una política de bloques, que algunos denominaron “guerra fría”, y cuyo campo de batalla se desarrolló en las jóvenes naciones que fueron surgiendo a partir del proceso de descolonización y que en su momento culminante abarcó también a Estados constituidos desde el siglo diecinueve.
Los bloques actuales se están conformando, al no existir muro, por intereses económicos y políticos y no por identidad social. Y el fenómeno de la globalización tiende a homogeneizar estas identidades en función de un bien común subordinado a un nuevo centro, susceptible de ser nombrado con un único sustantivo: “mercado”.
Frente a esto sólo queda la hipótesis de que el capitalismo, como sistema mundial, podría ingresar próximamente en su agonía, dando paso a un postcapitalismo históricamente viable, fortalecido por la merma significativa de los lazos de dominación imperial.
Se trata de una fe, incrementada en el siglo veintiuno a partir del fiasco norteamericano en Irak, aupada por la “revolución comunicacional” (De Fleur y Rokeach, 2002, p. 99) que extiende vertiginosamente sus redes, sus mecanismos horizontales de vinculación, para plantear la perspectiva de movimientos de masas radicalmente democráticos, descentralizados, igualitarios, avanzando a través de autoaprendizajes, de la expansión de la pluralidad, de la coexistencia de una amplia gama de formas productivas, de la recuperación de las memorias históricas. Todo en un proceso mundial de articulación que no emana desde los centros de poder sino desde las culturas emergentes de la periferia, propiciando un escenario a tono con la postmodernidad, vista como deconstrucción, como rechazo a la “tiranía de las totalidades” (López Gil, 1999, p. 142), como un deshacerse en pro de un sueño: aquel manifestado por el surgimiento de racionalidades locales que propenden a la atención de fragmentos; aquel que relativiza la capacidad del ser humano para poder conocer realmente la realidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
De Fleur, S. y Rokeach, G. (2002). Teoría de la comunicación de masas. Madrid: Paidós.
King., P. G. y Woodyard, D. O. (1999). Liberación natural: teoría económica de un Nuevo orden (2 ed.).
López Gil, M. (1999). Filosofía, modernidad y postmodernidad. Buenos Aires: Biblos.
Stackhouse, M. (2001). Dios y globalización. Espíritu de las modernas autoridades. Madrid: Paidós.
Stiglitz, J. (2002). Globalización. México: Fondo de Cultura Económica.
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