BAUDELAIRE Y LA CRÍTICA DE ARTE
¿Cómo ejercía Baudelaire la crítica de arte? De sus textos se puede inferir la respuesta. Ya para el Salón de 1845 anuncia que el "método del discurso consistirá simplemente en dividir nuestro trabajo en cuadros de historias y retratos –cuadros de género y paisajes- escultura, grabados y dibujos, y a colocar a los artistas según el grado y el orden que les ha asignado la estima pública" (1982, p. 337). De lo que se desprende la existencia de 1) un método, 2) una jerarquización de los artistas, 3) unos valores asignados.
En cuanto al método, éste no compete únicamente al aparato discursivo, que comprende ejercer la crítica del Salón artista por artista u obra por obra, sino también al ejercicio de aquellas facultades propias del crítico, a saber -como lo declara en la primera parte del artículo que escribió para la Exposición Universal de Bellas Artes de 1855-: la voluntad aliada a la imaginación para operar en el individuo que contempla y anexiona, por medio de los sentidos, la obra, independientemente del ámbito cultural y geográfico del que ésta provenga.
El crítico antetodo –aclara- es un espectador que trabaja sobre la imagen como único resultado. En consecuencia, más que por la naturaleza de su composición, la obra de arte debe ser destacada por sus cualidades subjetivas, dando cabida en el discurso, por tanto, a sustantivos imprecisos como sentimiento o placer.
La jerarquización de los artistas y los valores asignados a éstos por el público vienen dados, sobre todo, por la “presencia” en la obra de la imaginación sobre la sensibilidad. Así, para el Salón de 1859, explica que "es la imaginación la que ha enseñado al hombre el sentido moral de los colores, de los contornos, del sonido y del perfume. Ha creado, al comienzo del mundo, la analogía y la metáfora. Descompone toda la creación y con los materiales amontonados y dispuestos según unas reglas de las que no se puede encontrar el origen más que en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo y produce la resurrección de lo nuevo" (1982, pp. 344-345).
Ésta “resurrección de lo nuevo” no es otra cosa que la presencia de la originalidad. Tan importante es este carácter para Baudelaire que, al momento de abordar las virtudes de Delacroix, no duda en señalar: “...es el pintor más original de los tiempos antiguos y modernos” (1982, p. 338). Es más una novedad en las formas, las cuales no deben ser discutidas, sí apreciadas, pues la pintura es un evocar, un operar mágico, que escapa a la comprensión, por parte del crítico, de cualquier método utilizado por el artista para suscitar la idea y el sentimiento.
En tal línea, la noción de progreso, en cuanto artístico, debe entenderse, como declara para la Exposición Universal de 1855, en función de los logros del artista en imprimir a las obras saber y fuerza imaginativa, y no en las vías adoptadas -que suscitan afirmaciones como la de que “la industria fotográfica era el refugio de todos los pintores fracasados” (1982, p. 343)- para que el cuadro sea una extensión fidedigna de la realidad, que considera trivial.
Por todas estas características y nociones que determinan la concepción temperamental que del arte y la crítica posee Baudelaire, cabe la interrogante: ¿cuál modalidad artística es la más idónea para el ejercicio de una crítica tal? Indiscutiblemente, la pintura, que imprime un único punto de vista, el del pintor, permitiendo, por ende, acentuar la expresión, impidiendo –siempre según Baudelaire- que el cuadro sea algo más que lo propuesto por el artista.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Baudelaire, Ch. (1982). Salón de 1845. En Calvo Serraller, F. et alt. (edit.) Fuentes y documentos para la Historia del Arte. Ilustración y Romanticismo (pp. 336-341). Barcelona: Gustavo Gili.
Baudelaire, Ch. (1982). Salón de 1859. En Calvo Serraller, F. et alt. (edit.) Fuentes y documentos para la Historia del Arte. Ilustración y Romanticismo (pp. 341-347). Barcelona: Gustavo Gili.
En cuanto al método, éste no compete únicamente al aparato discursivo, que comprende ejercer la crítica del Salón artista por artista u obra por obra, sino también al ejercicio de aquellas facultades propias del crítico, a saber -como lo declara en la primera parte del artículo que escribió para la Exposición Universal de Bellas Artes de 1855-: la voluntad aliada a la imaginación para operar en el individuo que contempla y anexiona, por medio de los sentidos, la obra, independientemente del ámbito cultural y geográfico del que ésta provenga.
El crítico antetodo –aclara- es un espectador que trabaja sobre la imagen como único resultado. En consecuencia, más que por la naturaleza de su composición, la obra de arte debe ser destacada por sus cualidades subjetivas, dando cabida en el discurso, por tanto, a sustantivos imprecisos como sentimiento o placer.
La jerarquización de los artistas y los valores asignados a éstos por el público vienen dados, sobre todo, por la “presencia” en la obra de la imaginación sobre la sensibilidad. Así, para el Salón de 1859, explica que "es la imaginación la que ha enseñado al hombre el sentido moral de los colores, de los contornos, del sonido y del perfume. Ha creado, al comienzo del mundo, la analogía y la metáfora. Descompone toda la creación y con los materiales amontonados y dispuestos según unas reglas de las que no se puede encontrar el origen más que en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo y produce la resurrección de lo nuevo" (1982, pp. 344-345).
Ésta “resurrección de lo nuevo” no es otra cosa que la presencia de la originalidad. Tan importante es este carácter para Baudelaire que, al momento de abordar las virtudes de Delacroix, no duda en señalar: “...es el pintor más original de los tiempos antiguos y modernos” (1982, p. 338). Es más una novedad en las formas, las cuales no deben ser discutidas, sí apreciadas, pues la pintura es un evocar, un operar mágico, que escapa a la comprensión, por parte del crítico, de cualquier método utilizado por el artista para suscitar la idea y el sentimiento.
En tal línea, la noción de progreso, en cuanto artístico, debe entenderse, como declara para la Exposición Universal de 1855, en función de los logros del artista en imprimir a las obras saber y fuerza imaginativa, y no en las vías adoptadas -que suscitan afirmaciones como la de que “la industria fotográfica era el refugio de todos los pintores fracasados” (1982, p. 343)- para que el cuadro sea una extensión fidedigna de la realidad, que considera trivial.
Por todas estas características y nociones que determinan la concepción temperamental que del arte y la crítica posee Baudelaire, cabe la interrogante: ¿cuál modalidad artística es la más idónea para el ejercicio de una crítica tal? Indiscutiblemente, la pintura, que imprime un único punto de vista, el del pintor, permitiendo, por ende, acentuar la expresión, impidiendo –siempre según Baudelaire- que el cuadro sea algo más que lo propuesto por el artista.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Baudelaire, Ch. (1982). Salón de 1845. En Calvo Serraller, F. et alt. (edit.) Fuentes y documentos para la Historia del Arte. Ilustración y Romanticismo (pp. 336-341). Barcelona: Gustavo Gili.
Baudelaire, Ch. (1982). Salón de 1859. En Calvo Serraller, F. et alt. (edit.) Fuentes y documentos para la Historia del Arte. Ilustración y Romanticismo (pp. 341-347). Barcelona: Gustavo Gili.
1 comentarios:
Un pequeño corto basado en el poema "Las ventanas" de Charles Baudelaire
http://7potosi.blogspot.com/
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