LA CASA DE PAREDES INFINITAS, SEGÚN BORGES
En esta casa de paredes infinitas (en la soledad he aprendido a enumerarlas utilizando los dedos de mis manos: uno, dos, tres, ..., diez, infinito) aprecio la secreta sombra que me ignora. Veo su negrura de cambiante forma. Sobre el suelo, algo (¿un rostro?, ¿mi rostro?) resulta en un pedregoso receptáculo de hormigas que caminan, de arañas que se aquietan, de otros bichos que devoran y de hoyos que ostentan dientes que han caído de la pulida superficie de los cráneos de los animales que maté. Tengo una serpiente por mascota. Curiosamente tiene dos cabezas. No me asusta; no es un monstruo; es mejor que yo. Yo desprendo estiércol y sudo mucho; me crecen infinitas uñas y me sale pelo, un pelo inmerecido en todo el cuerpo. Un animal inanimado en el mediodía de mi ser, a veces, con algún estímulo, cobra vida. Entonces padezco un pavor inmensurable. Sé que cuando niño tuve a alguien que plantó arbitrarios árboles frutales y se fue.
La casa está cerrada. A veces me arrojan animales. Con el desuso se me olvida el idioma castellano.
He encontrado un libro de múltiples colores. Además del nombre de la tapa, que dice Atlas, sólo he descifrado una palabra que se ahoga entre las márgenes de un río: Eúfrates.
Tal vez esas son las aguas que pasan por mi casa.
La casa está cerrada. A veces me arrojan animales. Con el desuso se me olvida el idioma castellano.
He encontrado un libro de múltiples colores. Además del nombre de la tapa, que dice Atlas, sólo he descifrado una palabra que se ahoga entre las márgenes de un río: Eúfrates.
Tal vez esas son las aguas que pasan por mi casa.
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