LA SANTA CASA DE LORETO O EL NACIMIENTO DE UNA ARQUITECTURA AÉREA
Las peregrinaciones han sido una constante en la historia de toda religión; igualmente, aunque en menor medida, el fenómeno de las traslaciones. Ir en romería a un santuario por devoción o por voto atañe a lo primero; no así a lo segundo que, acaso, implica un acto más complejo, probablemente más mágico. La traslación logra ser plural y diversa, no sólo en cuanto a forma, sino también en cuanto a significado y contenido. En tal línea, los siguientes ejemplos. Gracias a las indicaciones de un águila, Cimón encuentra los restos de Teseo y procede a trasladarlos a Atenas; Ulises, “prodigo en astucias”, en virtud de un caballo de madera y junto a numerosos guerreros, es trasladado dentro de las murallas de Troya. Ambas son ejecuciones humanas y, por tanto, la competencia es netamente finita. Las traslaciones que devienen del mundo del sueño (que podemos asociar con lo incomprensible, etéreo, original y religioso) para presentar ante el hombre cierta materialidad (que puede o no fungir como puente espiritual), las hallamos en el viaje de Mahoma, sobre una yegua alada con cabeza de mujer, de Medina a Jerusalén y a los cielos e infiernos; en Coleridge, que escribe un poema sobre el palacio del emperador Kublai Khan luego de un sueño en que ve el palacio, oye una música y una voz le dicta los no escritos versos; en Swedenborg, que visita las innumerables zonas ultraterrenas y, al igual que el profeta islámico, por medio de la palabra traslada aquellas imágenes al resto de los hombres; en el Libro de Santiago (Liber Sancti Iacobi), que destina su tercer libro a reseñar la traslación del apóstol Santiago de Jerusalén a Galicia; en Pedro Bartolomé, quien, gracias a las visiones en las que San Andrés le revela el lugar donde permanecía uno de los mayores tesoros de la Cristiandad, el 14 de junio de 1098 muestra a los cruzados en Antioquía la Santa Lanza, aquella que había traspasado el costado de Cristo; en el vocable decorar, que nombra en la Edad Media el traslado idéntico y oral de lo aprendido de memoria. Magnificación de todo lo anterior es Loreto, santuario mariano principal, ubicado en la región de Marche (Italia), siempre objeto de especial atención por parte de devotos, pontífices y monarcas. No es de extrañar. El hombre medieval percibía que, casi en medio de Palestina, tres ciudades recibieron del mismo Jesucristo la marca de una especial consagración, como si fueran los lugares más santos entre todos los de Tierra Santa: Jerusalén, Belén y Nazareth; siendo el primero escenario de sus sacrificios, el segundo de su nacimiento y el tercero de su encarnación, infancia y vida oculta. A éste último se enlaza de una manera más directa e íntima el recuerdo de la Virgen: una tradición antigua –confirmada por las Bulas de los soberanos pontífices, desde León III a Julio II, y
del oficio del Breviario- sostiene que dentro de esos mismos muros la Virgen fue concebida sin pecado; dejando ver que la creación de Adán y Eva es una pálida e imperfecta imagen de la doble concepción inmaculada y divina de la Madre y el Hijo de Dios. En relación a la “santa casa”, ante el hecho histórico (en el cual, entre los siglos XII y XIII, los cruzados la trasladaron, sin cimientos, desde Nazareth hasta Loreto) surge el hecho religioso, complicado y extenso. Según Roma, el origen del santuario es muy antiguo, pues ya en 1100 existía, en la entonces deshabitada comarca, una iglesia dedicada a la Virgen María. Documentos de 1194, 1285 y 1320 demuestran que la iglesia fue excelentemente dotada. Los Breves de indulgencias de Gregorio XI (1375) y de Bonifacio IX (1389) prueban también que Loreto era un famoso lugar de peregrinación, señalado por muchos milagros; el santuario fue protegido por Nicolás V en 1450, y en 1464, visitado por el Papa Pío II en calidad de peregrino. Paulo II concedió, en 1470, otras indulgencias a la “iglesia de María, fundada milagrosamente, en la que, según noticias merecedoras de crédito, fue colocada por maravilloso don de Dios una imagen de la virgen gloriosa, acompañada de una nube de ángeles”.
Cerca del 1400, comenzó el obispo Nicolás de Recanati la edificación de la gran catedral gótica, posteriormente transformada repetidas veces, la cual, como la antigua iglesia de Nazareth, debía contener la “santa casa”. A Pedro di Giorgio Tolomei, de Terano, llamado Teramano, rector de la “santa casa”, se atribuye la primera referencia conocida de la traslación (1464-1473). Según esta referencia la Virgen María se apareció en sueños a un hombre piadoso y le comunicó que la “santa casa”, consagrada por los apóstoles en Nazareth y dotada por San Lucas con una imagen de María, sería transportada inmediatamente por los ángeles a Tersat, junto a Fiume; luego a Recanati (primero a un bosque y después a un monte vecino); y finalmente al lugar en el que actualmente se encuentra. Después, dieciséis personas dignas de crédito hubieron de hallar en Nazareth los cimientos de la “santa casa”, y, según Teramano, dos hombres, conocidos suyos, recibieron de sus bisabuelos las referencias de las primeras traslaciones. El Papa Julio II, en su Bula de 1507, expresó que “como se cree piadosamente y como dice la fama, los ángeles transportaron la casa en que nació la Virgen María, en la cual concibió al Señor, le educó y donde finalmente murió. Este aposento fue convertido en iglesia por los Apóstoles y después trasladado desde Nazareth hasta Loreto”.
Igualmente, aseveraron la veracidad de los hechos adjudicados a la “santa casa”, los Papas Bonifacio VIII, Julio III y Sixto V.
La casa de María en Nazareth se hallaba formada por dos partes: la primera estaba excavada en la roca, y aún se venera actualmente en la Basílica de la Anunciación de Tierra Santa; la segunda está formada por una casa de ladrillos que, según estudios critico-históricos del siglo XX (L. de Feis, U. Chevallier, G. Hüffer) fue transportada y reconstruida por los cruzados, primero en Siria y después en Loreto. Esta versión ha sido confirmada por las excavaciones arqueológicas, que, de hecho, demuestran que la “santa casa” no tiene cimientos propios y, en cambio, se apoya sobre un camino público. Algunos estudios realizados en la estructura constructiva, comparados con la Gruta de Nazareth, sacaron a la luz la clara coexistencia de las dos partes citadas. Además, los exámenes químicos de los materiales utilizados confirman que las piedras son iguales a las existentes en Galilea. La planta de la “santa casa”, dentro de la catedral ideada por Bramante, ejecutada por Sansovino y con contribuciones importantes de Sangalo el Joven, posee 9, 52 metros de largo, 4, 10 de ancho y 4, 30 de alto. El misionero apostólico Francisco Lorenzo María de Rojas de Mollina publicó en el siglo XIX la Historia de las traslaciones milagrosas de la Santa Casa de Nazareth en Loreto; en la tercera edición (1897) se encuentra esta curiosa afirmación: “El interior (de la “santa casa”) es el de una pobre habitación transformada en iglesia”. Ni siquiera el incendio de 1921 y la subsiguiente reconstrucción alteraron esa imagen.
Por lo que se puede observar, en Loreto han convergido tres formas culturales, casi lindantes en lo antagónico, como son el Románico, el Gótico y el Renacimiento. El
señalamiento es válido. No espiritual, sino materialmente, la estructura de la “santa casa” raya en lo insignificante. ¿Por qué motivos, entonces, logra desechar los fuertes preceptos arquitectónicos del Románico, si desde un principio estuvo planteada la idea de erigir una catedral en función de su resguardo? ¿Cuál es la razón para que el estilo manifiesto de la primera catedral que intenta contenerla sea el gótico, tantos años después? ¿Por qué se detiene tal planificación y sólo el Renacimiento levantará por completo una estructura condicionada al santuario?
El Románico no aportó ningún elemento constructivo nuevo y original; el arco de medio punto, la bóveda de cañón y la de arista, el pilar, la columna, el sistema de contrafuertes, etc., fueron elementos originarios de la arquitectura de Roma. Sin embargo, hubo una preocupación nueva en los arquitectos del siglo XI con respecto a sus predecesores: conseguir que las iglesias tuvieran una mayor grandiosidad y solidez. Este objetivo repercutió en el sistema de cubierta al sustituirse las techumbres de madera, por la combinación de bóvedas de piedra sobre gruesos muros y pilares con columnas adosadas. Se conforma la pesadez del estilo románico que expresa, según Worringer, cierto dejo de movimiento. Movimiento reducido, comprimido por la fuerza de la masa, multiplicado por diversos acentos, colocados en escena a través de relieves y arcadas externas. Da la impresión de un movimiento no natural, supeditado. Tal conceptualización de la arquitectura no compaginaba con las características simbólicas y espirituales que se percibían como inmanentes a la “santa casa”: estructura aérea, disociada de la realidad terrestre, metáfora de la elevación y, por ende, del acercamiento a lo divino. La “santa casa” se hace receptáculo de elementos románicos no arquitectónicos, a saber: 1) entra en los caminos de peregrinación, que históricamente siempre han precedido a las rutas comerciales, acusando una fe que participa como agente catalizador de la combinación del lugar geográfico y el mito, al igual que Compostela, Montpellier, Toulouse, y haciéndose resumen del buen camino que conducía hasta Jerusalén; 2) materializa el culto de la Virgen en su unión con la revalorización de la mujer -pues ese culto va a la par del amor caballeresco-, es el momento en que cada caballero tiene su dama, y hay una especie de gran dama celestial de todos los caballeros, que es la Virgen. No en vano, en torno al año 1000, las lecturas del Apocalipsis largaban el pasaje (XXXI, 2): “Y yo, Juan, vi la santa ciudad, Jerusalén nueva, que descendía del Cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”.
Una catedral que albergara a la “santa casa” necesitaba, como un animal, adueñarse de espacio, pero este debía ser un espacio vertical, ascendente comunicante. A través de los ángeles que la trasladaron se le asociaba a ésta con las aves, sobre todo entre los siglos XII y XIII, que no en balde corresponden a la época en que aparece el primer cuaderno de dibujos sobre aves conocido. Kenneth Clark (Civilización; Madrid: Alianza, 1969, tomo I), después de mostrar a las aves como una obcecación medieval, señala: “Si se le hubiera pedido justificación de ellas a un clérigo del siglo XIV, probablemente habría dicho que representaban a las almas, porque pueden volar hasta Dios; pero no llega a explicar por qué los artistas las dibujaban con tan obsesiva precisión, y yo creo en que la razón de esto estriba en que habían llegado a ser símbolos de libertad. Bajo el feudalismo, los hombres y los animales estaban atados a la tierra, muy pocos podían moverse de un lado a otro: solamente los artistas y las aves”. Las aves, pues, conformaban una alegoría del movimiento, y tal relación se conjugaba en la “santa casa”, reafirmada en lo ascendente. Para incorporar todo esto se necesitaba de una catedral gótica que, como afirma Dieter Jähnig (Historia del mundo: Historia del arte; México: Fondo de Cultura Económica, 1982), representa una superestructura en sentido literal, ya que sobresale de una realidad natural, la tierra, e incluso de una realidad humana, la ciudad. A diferencia de la estructura románica, la catedral gótica es una edificación en cuanto expresión de una pura imagen sujeta al pensamiento y a la creencia, correspondida a una cierta realidad histórica. La gran altura de las columnas y las bóvedas, la perforación de los muros por grandes arcadas y, en el fondo, por numerosos y elaborados vitrales es la materialización de una idea hasta entonces impalpable: la de colmar los espacios huecos, construir sobre el vacío, vencer el dintel, la viga, formar un encaje de puertas, piedras, vidrios y ventanas. Se da lo que se ha denominado “desmaterialización gótica de la piedra en pro de una expresividad puramente espiritual” (Worringer, W.,1967, La esencia del estilo gótico. Buenos Aires: Nueva Visión). La materialización de una arquitectura sin cargas, con fuerzas irreprimidas, dirigidas hacia lo alto con un aliento hasta entonces nunca visto, se incluían perfectamente en el pensamiento de negación del peso de la piedra, de su inmaterialidad, que la traslación de la “santa casa” postulaba desde el Románico. Así, en el siglo XIV se comenzará la construcción de una catedral gótica para contenerla; posteriormente será abandonada, retomándose en el siglo XV, volviéndose a abandonar para dar paso a una construcción netamente renacentista.
Las razones por las que no se finaliza la edificación de la catedral gótica son de índole económica, tal vez política, que escapan por completo al ámbito del arte. Aunque ciertamente existe una poderosa razón que atañe a lo geográfico y cronológico: los inicios de la Italia renacentista. Probablemente el hecho de que no se haya concretado la construcción gótica que habría de albergar a la “santa casa” de Loreto, aumenta la noción de inmaterialidad que la rodeó por varios siglos y que nosotros, hombres modernos, no podemos apreciar cabalmente.
del oficio del Breviario- sostiene que dentro de esos mismos muros la Virgen fue concebida sin pecado; dejando ver que la creación de Adán y Eva es una pálida e imperfecta imagen de la doble concepción inmaculada y divina de la Madre y el Hijo de Dios. En relación a la “santa casa”, ante el hecho histórico (en el cual, entre los siglos XII y XIII, los cruzados la trasladaron, sin cimientos, desde Nazareth hasta Loreto) surge el hecho religioso, complicado y extenso. Según Roma, el origen del santuario es muy antiguo, pues ya en 1100 existía, en la entonces deshabitada comarca, una iglesia dedicada a la Virgen María. Documentos de 1194, 1285 y 1320 demuestran que la iglesia fue excelentemente dotada. Los Breves de indulgencias de Gregorio XI (1375) y de Bonifacio IX (1389) prueban también que Loreto era un famoso lugar de peregrinación, señalado por muchos milagros; el santuario fue protegido por Nicolás V en 1450, y en 1464, visitado por el Papa Pío II en calidad de peregrino. Paulo II concedió, en 1470, otras indulgencias a la “iglesia de María, fundada milagrosamente, en la que, según noticias merecedoras de crédito, fue colocada por maravilloso don de Dios una imagen de la virgen gloriosa, acompañada de una nube de ángeles”.
Cerca del 1400, comenzó el obispo Nicolás de Recanati la edificación de la gran catedral gótica, posteriormente transformada repetidas veces, la cual, como la antigua iglesia de Nazareth, debía contener la “santa casa”. A Pedro di Giorgio Tolomei, de Terano, llamado Teramano, rector de la “santa casa”, se atribuye la primera referencia conocida de la traslación (1464-1473). Según esta referencia la Virgen María se apareció en sueños a un hombre piadoso y le comunicó que la “santa casa”, consagrada por los apóstoles en Nazareth y dotada por San Lucas con una imagen de María, sería transportada inmediatamente por los ángeles a Tersat, junto a Fiume; luego a Recanati (primero a un bosque y después a un monte vecino); y finalmente al lugar en el que actualmente se encuentra. Después, dieciséis personas dignas de crédito hubieron de hallar en Nazareth los cimientos de la “santa casa”, y, según Teramano, dos hombres, conocidos suyos, recibieron de sus bisabuelos las referencias de las primeras traslaciones. El Papa Julio II, en su Bula de 1507, expresó que “como se cree piadosamente y como dice la fama, los ángeles transportaron la casa en que nació la Virgen María, en la cual concibió al Señor, le educó y donde finalmente murió. Este aposento fue convertido en iglesia por los Apóstoles y después trasladado desde Nazareth hasta Loreto”.
Igualmente, aseveraron la veracidad de los hechos adjudicados a la “santa casa”, los Papas Bonifacio VIII, Julio III y Sixto V.
La casa de María en Nazareth se hallaba formada por dos partes: la primera estaba excavada en la roca, y aún se venera actualmente en la Basílica de la Anunciación de Tierra Santa; la segunda está formada por una casa de ladrillos que, según estudios critico-históricos del siglo XX (L. de Feis, U. Chevallier, G. Hüffer) fue transportada y reconstruida por los cruzados, primero en Siria y después en Loreto. Esta versión ha sido confirmada por las excavaciones arqueológicas, que, de hecho, demuestran que la “santa casa” no tiene cimientos propios y, en cambio, se apoya sobre un camino público. Algunos estudios realizados en la estructura constructiva, comparados con la Gruta de Nazareth, sacaron a la luz la clara coexistencia de las dos partes citadas. Además, los exámenes químicos de los materiales utilizados confirman que las piedras son iguales a las existentes en Galilea. La planta de la “santa casa”, dentro de la catedral ideada por Bramante, ejecutada por Sansovino y con contribuciones importantes de Sangalo el Joven, posee 9, 52 metros de largo, 4, 10 de ancho y 4, 30 de alto. El misionero apostólico Francisco Lorenzo María de Rojas de Mollina publicó en el siglo XIX la Historia de las traslaciones milagrosas de la Santa Casa de Nazareth en Loreto; en la tercera edición (1897) se encuentra esta curiosa afirmación: “El interior (de la “santa casa”) es el de una pobre habitación transformada en iglesia”. Ni siquiera el incendio de 1921 y la subsiguiente reconstrucción alteraron esa imagen.
Por lo que se puede observar, en Loreto han convergido tres formas culturales, casi lindantes en lo antagónico, como son el Románico, el Gótico y el Renacimiento. El
señalamiento es válido. No espiritual, sino materialmente, la estructura de la “santa casa” raya en lo insignificante. ¿Por qué motivos, entonces, logra desechar los fuertes preceptos arquitectónicos del Románico, si desde un principio estuvo planteada la idea de erigir una catedral en función de su resguardo? ¿Cuál es la razón para que el estilo manifiesto de la primera catedral que intenta contenerla sea el gótico, tantos años después? ¿Por qué se detiene tal planificación y sólo el Renacimiento levantará por completo una estructura condicionada al santuario?
El Románico no aportó ningún elemento constructivo nuevo y original; el arco de medio punto, la bóveda de cañón y la de arista, el pilar, la columna, el sistema de contrafuertes, etc., fueron elementos originarios de la arquitectura de Roma. Sin embargo, hubo una preocupación nueva en los arquitectos del siglo XI con respecto a sus predecesores: conseguir que las iglesias tuvieran una mayor grandiosidad y solidez. Este objetivo repercutió en el sistema de cubierta al sustituirse las techumbres de madera, por la combinación de bóvedas de piedra sobre gruesos muros y pilares con columnas adosadas. Se conforma la pesadez del estilo románico que expresa, según Worringer, cierto dejo de movimiento. Movimiento reducido, comprimido por la fuerza de la masa, multiplicado por diversos acentos, colocados en escena a través de relieves y arcadas externas. Da la impresión de un movimiento no natural, supeditado. Tal conceptualización de la arquitectura no compaginaba con las características simbólicas y espirituales que se percibían como inmanentes a la “santa casa”: estructura aérea, disociada de la realidad terrestre, metáfora de la elevación y, por ende, del acercamiento a lo divino. La “santa casa” se hace receptáculo de elementos románicos no arquitectónicos, a saber: 1) entra en los caminos de peregrinación, que históricamente siempre han precedido a las rutas comerciales, acusando una fe que participa como agente catalizador de la combinación del lugar geográfico y el mito, al igual que Compostela, Montpellier, Toulouse, y haciéndose resumen del buen camino que conducía hasta Jerusalén; 2) materializa el culto de la Virgen en su unión con la revalorización de la mujer -pues ese culto va a la par del amor caballeresco-, es el momento en que cada caballero tiene su dama, y hay una especie de gran dama celestial de todos los caballeros, que es la Virgen. No en vano, en torno al año 1000, las lecturas del Apocalipsis largaban el pasaje (XXXI, 2): “Y yo, Juan, vi la santa ciudad, Jerusalén nueva, que descendía del Cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”.
Una catedral que albergara a la “santa casa” necesitaba, como un animal, adueñarse de espacio, pero este debía ser un espacio vertical, ascendente comunicante. A través de los ángeles que la trasladaron se le asociaba a ésta con las aves, sobre todo entre los siglos XII y XIII, que no en balde corresponden a la época en que aparece el primer cuaderno de dibujos sobre aves conocido. Kenneth Clark (Civilización; Madrid: Alianza, 1969, tomo I), después de mostrar a las aves como una obcecación medieval, señala: “Si se le hubiera pedido justificación de ellas a un clérigo del siglo XIV, probablemente habría dicho que representaban a las almas, porque pueden volar hasta Dios; pero no llega a explicar por qué los artistas las dibujaban con tan obsesiva precisión, y yo creo en que la razón de esto estriba en que habían llegado a ser símbolos de libertad. Bajo el feudalismo, los hombres y los animales estaban atados a la tierra, muy pocos podían moverse de un lado a otro: solamente los artistas y las aves”. Las aves, pues, conformaban una alegoría del movimiento, y tal relación se conjugaba en la “santa casa”, reafirmada en lo ascendente. Para incorporar todo esto se necesitaba de una catedral gótica que, como afirma Dieter Jähnig (Historia del mundo: Historia del arte; México: Fondo de Cultura Económica, 1982), representa una superestructura en sentido literal, ya que sobresale de una realidad natural, la tierra, e incluso de una realidad humana, la ciudad. A diferencia de la estructura románica, la catedral gótica es una edificación en cuanto expresión de una pura imagen sujeta al pensamiento y a la creencia, correspondida a una cierta realidad histórica. La gran altura de las columnas y las bóvedas, la perforación de los muros por grandes arcadas y, en el fondo, por numerosos y elaborados vitrales es la materialización de una idea hasta entonces impalpable: la de colmar los espacios huecos, construir sobre el vacío, vencer el dintel, la viga, formar un encaje de puertas, piedras, vidrios y ventanas. Se da lo que se ha denominado “desmaterialización gótica de la piedra en pro de una expresividad puramente espiritual” (Worringer, W.,1967, La esencia del estilo gótico. Buenos Aires: Nueva Visión). La materialización de una arquitectura sin cargas, con fuerzas irreprimidas, dirigidas hacia lo alto con un aliento hasta entonces nunca visto, se incluían perfectamente en el pensamiento de negación del peso de la piedra, de su inmaterialidad, que la traslación de la “santa casa” postulaba desde el Románico. Así, en el siglo XIV se comenzará la construcción de una catedral gótica para contenerla; posteriormente será abandonada, retomándose en el siglo XV, volviéndose a abandonar para dar paso a una construcción netamente renacentista.
Las razones por las que no se finaliza la edificación de la catedral gótica son de índole económica, tal vez política, que escapan por completo al ámbito del arte. Aunque ciertamente existe una poderosa razón que atañe a lo geográfico y cronológico: los inicios de la Italia renacentista. Probablemente el hecho de que no se haya concretado la construcción gótica que habría de albergar a la “santa casa” de Loreto, aumenta la noción de inmaterialidad que la rodeó por varios siglos y que nosotros, hombres modernos, no podemos apreciar cabalmente.
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